Las palabras enamoran (Concurso de Relatos Breves San Valentín 2013)
Querida Isabel: El susurro suave de tu voz me cautivó hasta el extremo de llegar a alimentarme. Siempre utilizaste el término justo para nutrir mi deseo, juego sutil que delimitaba lo coherente de lo contradictorio, lo objetivo de lo subjetivo, la fantasía de la realidad. ¿Las palabras enamoran? A mi me sedujeron las tuyas hasta llegar a beber de ellas, me volví adicto a cada sílaba por ti pronunciada. Una voz serena y limpia conseguía que me rindiera a la melodiosa cadencia de tus palabras. En momentos íntimos, instantes de soledad más o menos prolongados, reproduzco nuestras conversaciones una a una, quedaron grabadas a fuego en cada centímetro de mi piel.
No olvido tu rostro singular que apareció de repente ante mí un veinticuatro de septiembre. El azar quiso que te cruzaras en mi camino. Un azar caprichoso que me regaló días intensos e imborrables. Días de lluvia grises que a mis ojos fueron cálidos y entrañables. Sólo una desafiante mirada dejó al descubierto mi ansia por conocerte. Días de lluvia grises que para mis sentidos fueron inolvidables. Escuchaba tus silencios impregnados de una sensatez que desconocía. Silencios pausados y serenos, silencios intensos que llegaban directamente a lo más profundo de un corazón que estaba empezando a palpitar. Cada momento compartido estaba envuelto por una música especial, aquella que tú me dedicabas, esas melodías que tú me enseñaste a amar.
Cuando de tu mano escuché por primera vez una balada de Francis Cabrel, se desató en mi interior infinidad de sensaciones imposibles de apaciguar. Me di cuenta que a pesar de las innumerables barreras interpuestas, de la coraza que yo mismo había fabricado intentando frenar sentimientos, estaba empezando a enamorarme. Las dificultades de una distancia física, el miedo al dolor que el amor produce no consiguieron detener una ilusión. Una risa espontánea, un certero comentario, la palabra idónea, alimentaron mis anhelos. Nada más verme una melodía te venía a la mente, la compartíamos, disfrutábamos ese instante prolongándolo con nuestros sentidos. Cada sonrisa tenía su música, cada momento sereno era envuelto por una Tracy Chapman emotiva e intimista que conseguía acercarnos en el camino tangible que nos separaba. Tenía hambre de ti, de saber más, de sentir más, de alargar esos minutos en un tiempo que iba en mi contra.
Un día llegó mi canción, esa que siempre esperé, un día sin más me la regalaste. Your song, de la banda sonora de Mouline Rouge, llegó en el momento que más la necesitaba. Aire fresco que llegaba a ráfagas circulando sin control por mi cuerpo. Fui feliz. Mi canción. Tenía una canción, jamás cuantifiqué antes de conocerte la importancia de tener una melodía, de sentir una música como tuya, de saber que hay parte de tus sentimientos en esas letras especiales para tus oídos. ¿Era nuestra canción? No lo se, quizás nunca lo sepa.
Cierro los ojos y detengo el tiempo, cierro los ojos y sólo escucho la cadencia pausada de tus palabras. Palabras que son música para mi, música que son sonidos hábiles que engatusan los sentimientos. El tiempo va en mi contra, presiento que éste es mi peor enemigo, o quizás sea yo mismo, eso lo desconozco, la impaciencia y el deseo pueden ser aliados peligrosos, me hacen depender de unas palabras que desatan en mi interior un sinfín de reacciones, de sensaciones, de alegrías y penas que nunca antes se produjeron. Quizás sea un amor distinto, un amor desde dentro, desde un interior pausado y tranquilo, de esos que sólo suceden una vez en la vida y son imposibles de olvidar. Las palabras jamás se pueden relegar, están siempre presentes, quedan grabadas y tatuadas sin compasión para sentir.
Espero que al leer éstas, no tan repletas de música como las tuyas, entiendas que debes permitir soñar, no dejes morir unas ilusiones aún por comenzar, déjalas volar hacia dónde una melodía suave y serena se oiga de fondo. Querida Isabel, sigue haciéndome feliz escuchando tus palabras envueltas en canciones.