Cartas al Director

“Animales de costumbres”. Reflexión sobre el concierto de rock del viernes

Llegó a su fin la última semana de agosto, esa semana en la que en Villena se adelanta el ocaso del verano cual temporada del Corte Inglés. Uno, que sin serlo con nombre propio es bastante observador, ve a la gente andar deprisa, con pinta de tener muchas cosas que hacer, escucha comentarios de amigos que se cruzan en la calle y se preguntan si ya le han quitado el polvo a la ballesta.
Ya es viernes por la tarde, Mariano se reúne con sus amigos para saber a qué hora quedan para ir al concierto de Ingresó Cadáver y Krakovia. De repente empiezan a mirarse entre ellos, ponen cara de sorpresa, nadie responde. Al fin, uno de ellos, acabando con las esperanzas del Mariano, le dice que para qué van a ir a eso, para qué ir a un sitio donde no saben si va a haber ambiente, que parece mentira lo que les cuenta Mariano, por favor, si a la misma hora hay una fiesta que ponen música de la buena, de esa de las que se lleva por la playa de Benidorm.

El bueno de Mariano intenta explicarles que es un pedazo de concierto, argumentando que va uno de los grupos revelación del panorama nacional, o que uno de los mejores DJs de Radio3 amenizará la velada, pero no hay suerte: sus colegas, por unanimidad, le hacen saber que está loco, que hay fiesta del verano y punto, que la bebida ya está en el maletero del coche y ya han reservado su sitio en el aparcamiento. “Que no, Mariano, que no, quedamos como siempre, nos tomamos unas habas y unos caracoles, nos vamos al parking y no se hable más”.

Es ya casi la hora del concierto, recorro el centro de Villena y todo igual: cual noche de la última semana de agosto, se empiezan a llenar las sillas del concierto de los Pasodobles, se ve poca gente joven. Como no puedo ir al concierto por motivos personales empiezo a pensar que me voy a perder un fiestón, que el comentario de aquellos jóvenes era la excepción, sin embargo, las luces y el ruido de los locales dejan entrever que el personal se encuentra en sus santuarios cumpliendo con su “stage de pretemporada” festera.

Continúo caminando y me cruzo con Isidro. Se le ve nervioso –como aquel gladiador que está apunto de saltar a la arena, como el estudiante que se ha esforzado al máximo, pero el último día le comunican que el examen lo han cambiado y ya no entra aquello que él dominaba a la perfección–, nos saludamos, comentamos que los amores ni fu ni fa, la salud mejor no hablar y no van bien los negocios, y continuamos nuestros caminos.

La curiosidad puede conmigo y aún teniendo que madrugar, me doy una vuelta por el mercado, veo poca gente, los mismos huecos libres que cualquier otro noche, eso sí, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad de distinta tipología a diestro y siniestro. Doy media vuelta enseguida, recuerdo las fiestas del verano, donde apenas se veía una patrulla de uvas a peras, me viene a la mente la zona del Castillo, y pienso que tal vez estos policías sean nuevos y se hayan equivocado de zona conflictiva a vigilar.

El sábado por la tarde llego a casa, leo las crónicas del EPdV y me empiezo a sentir mal, mal por la poca sangre de los jóvenes de este pueblo, mal al pensar en los músicos, aunque esto no es nuevo, ya sentí vergüenza en su día al ver como Ariel Rot, un aristócrata del rock, actuaba para 40 personas, y mal por Isidro, porque será una persona que genere odios o elogios sin medias tintas, pero el trabajo hecho está ahí, y cuando uno ve que alguien se esfuerza por organizar lo mejor posible una noche de ocio diferente y las cosas salen tan mal, no queda otra que reconocerle ese trabajo y animarle ahora más que nunca para que siga trabajando para conseguir una oferta de ocio para este pueblo, sin pararse a preguntarse si en realidad toda esta gente que ha dado la espalda a una noche alternativa se lo merece.

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