Conchas en la arena (Concurso de Relatos Breves San Valentín 2013)
Ha llegado el día esperado durante tantos meses, mis merecidas vacaciones. Llevo pensando en ellas desde mi ruptura con Oscar, hace ya unos 6 meses. Imagino que estos días libres me vendrán bien para olvidar todo y pienso cómo me convencieron mis padres para hacer este viaje sola.
Hora de irme, por la ventana veo a mi madre llegar con su coche para llevarme al aeropuerto. Recuerdo hace 4 meses cuando vi la oferta en aquella agencia de viajes Cuba mágica y soñé con esas playas de arena blanca. Llego a la terminal, tardo una hora en subir al avión y pienso que en pocas horas estaré en Cuba.
Aterrizamos a primera hora de la mañana, hora local, y desde allí me acompañan al puerto donde cojo un barco que me lleva a esa isla deseada, Isla de la Juventud, cercana a un arrecife de coral.
En el barco suena una canción de Gloria Estefan titulada No llores, espero no hacerlo estos días. Cerca de la orilla hay una pequeña barca llamada Sueño, en su interior hay un pescador intentando sacar algún pez enrollado en su red. El joven dirige su mirada hacía mí y nuestros ojos se cruzan un segundo pero la imagen de ese hombre tostado por el sol se queda en mi mente, su imagen corta mi respiración, creo que mi primer contacto con la isla ha empezado genial.
Una vez que desembarco me dirijo al hotel y una chica me acompaña a mi habitación, pequeña pero elegante, con un ventilador en el techo y vistas a la piscina. Lo primero que hago es ponerme el bañador, coger mi toalla y dirigirme a la playa, encuentro una tumbona libre justo en la orilla, me siento y allí lo veo, saliendo del agua como Ulises, como un espejismo, y dirigiéndose hacia mí. Mis piernas empiezan a temblar, mi boca se seca mientras él se tumba en la arena, me pregunta mi nombre y luego se presenta, mi pescador se llama Carlo.
Me cuenta que sus padres emigraron de Galicia hace años y llegaron a Cuba. Se ofrece a acompañarme esa noche durante la cena, acepto encantada sin saber si estoy haciendo lo adecuado, pero algo me dice que estas vacaciones serán especiales.
Terminamos de cenar y nos vamos a la playa, nos sentamos en la orilla protegidos por un cielo estrellado y el susurro del mar. Me da unas conchas que ha estado buscando en la arena y mientras me mira sus manos cubren mi espalda. Mis pelos se erizan desde la cabeza hasta lugares recónditos que tiemblan pensando en él. No quiero que llegue la mañana pero tiene que ir a preparar su barca, me despide con un suave beso y regreso al hotel. Me pongo el ventilador y mientras lo veo girar me duermo.
Me despierto a la hora de comer, lo sé por mi estómago que quiere hacérmelo saber con pequeños ruidos armoniosos. Voy al restaurante y luego a la piscina a tomar el sol. Me pido un cocktail sin alcohol, la bebida de ayer me dio dolor de cabeza. Después de pasar toda la tarde tumbada subo a la habitación y me preparo para otra noche junto a Carlo.
Los días pasan rápido, Carlo sólo ha tenido una mañana libre para enseñarme la isla, pero las noches han sido todas para mí. Cada noche sus manos han recorrido mi cuerpo, he notado su respiración en mi boca mientras la pasión salía por cada poro de nuestra piel.
El último día ha llegado demasiado pronto. Me arreglo como cada noche y lo espero sentada en la piscina. Pasan los minutos, las horas y empiezo a preocuparme. De pronto aparece alguien gritando, hay una persona muerta en la playa, mi corazón da un vuelco y corro hasta la orilla. Allí lo encuentro, con su bañador azul y su pelo tapándole media cara. Un pescador había visto volcar su barca y ya no pudo hacer nada. Mis oídos no quieren escuchar más y regreso al hotel llorando de rabia.
Llega la mañana y abandono la isla, subo al barco y mientras me alejo de la orilla pienso en que los amores imposibles existen, que se puede querer más en siete días que en siete años y que un pedazo de mi corazón se queda en esa playa.
Cierro los ojos y me imagino a ese pescador subido a la barca mientras suena otra vez la canción de Gloria Estefan. No llores, no llores, no llores, si vas a entregar el alma hazlo libre de temores, mientras en mi palma aprieto las conchas de la arena que habían recorrido mi espalda.