100 años de silencio
Nos paren a horcajadas sobre una tumba. La luz brilla un instante; luego, otra vez la noche. Con esta frase pronunciada por Pozzo en el segundo acto del más que conocido texto dramático Esperando a Godot, quieren algunos críticos resumir el sentido de la obra literaria de Samuel Bareluy Beckett. El pasado 13 de abril se cumplieron cien años del nacimiento en Foxrock, cerca de Dublín, de este premio Nóbel (1969), circunstancia que no puedo dejar de aprovechar para homenajear al autor e intentar convencerles de que realmente merece la pena todo el trabajo que realizó hasta que nos abandonara en París en el año 1989.
Se dice que Beckett, como autor dramático, se inscribe en el teatro del absurdo, aunque cuando uno conoce su obra descubre que no es exactamente así. Si comparamos su obra con la de quién fue realmente el maestro del género, Eugene Ionesco, enseguida observamos que el absurdo del que nos habla Beckett no tiene tanto que ver con el de los actos y las palabras como con el absurdo de la existencia, el absurdo de nuestro transcurrir en la vida: El sol brilló, al no tener otra alternativa, sobre lo nada nuevo. (Murphy, 1938). Es por esto que yo siempre he estado poco conforme con el apelativo de absurdo que flota sobre sus trabajos y he apostado más bien por considerarlo un autor realista con tintes pesimistas e irónicos que, más que tintar, inundan sus páginas.
Es interesante realizar junto con el autor un viaje a través de su obra para descubrir la degradación del lenguaje y de las acciones al que van llegando sus personajes. Un viaje hacia un silencio que no se puede alcanzar, un viaje que comenzaría en la ya citada Murphy, pasando por la trilogía compuesta por Molloy, Malone muere y El Innombrable, para ir finalizando con la palabra casi inconexa de Cómo es, o la metaescritura de Compañía o esa gran obra con la que finaliza su literatura y que tenemos que agradecer al cuarteto de traductores que durante cinco años trabajaron en Rumbo a peor. Y si bien a lo largo de sus textos narrativos casi podríamos trazar una línea continuadora, veremos que no por ello en sus textos más maduros encontramos respuestas más clarificadoras a las cuestiones comunes. Tan sólo se trata de ir pudriéndose, de ir perdiendo, en cuanto a lo físico y a lo intelectual, sin alcanzar a comprender nunca cuál es el sentido de todo. Y si existe un atisbo de esperanza en las piezas tal vez provenga únicamente de los placeres más comunes del individuo: la comida, el sexo o el humor. Una lectura que no se puede evitar tanto para reconocer al individuo del pasado siglo como para deleitarnos con la maestría de un genio.