Cultura

48 horas con Ella

El precario estado de salud que he vivido desde nuestro último encuentro me confrontó con una extraña compañera de cama: la televisión. Víctima de un mal capaz de sacarme de la cama antes de las siete de la mañana, condenado al sofá, con el televisor como principal medio para distraer mi cerebro de los sordos dolores, pero incapaz de digerir productos que exigieran atención concentrada o de larga duración (es decir películas, documentales y demás), así me entregué sin resistencia a la programación ofrecida por los seis o siete canales que sintoniza mi antena.
Comenzó durante la noche que lleva del jueves al viernes. Después de sprintar hasta el cuarto de baño sobre las seis de la mañana mis tripas insinuaron que no merecía la pena volver a la cama. Incapaz de leer ni de continuar reproduciendo los movimientos de grandes partidas de ajedrez sobre mi tablero diseñado por Mariscal (que invita, os lo prometo, a no jugar), agarré el mando y zapeé. Basura. Basura. Basura. Los encierros de Pamplona. Me detuve. He de reconocer que me embriagué con el ambiente de la fiesta Navarra. Cosa distinta fue el tratamiento que dieron las TV’s del evento.

Quizás fue la desafortunada muerte del joven madrileño. Quizás no. El caso es que las TV’s se dieron no sólo a la repetición (de éste y otros trágicos momentos) sino que se dieron al detalle, de personas, gestos y momentos concretos. Faltó zoom y calidad de imagen para que Raquel Sánchez Silva, transformada en académica de los Encierros, mostrara buenos usos, malos usos y trayectorias de las astas dentro de los cuerpos. No faltaron, por supuesto, pausas (||) ni marcha atrás (Rewin) cortesía del equipo de Cuatro para enfatizar esta tradición que siendo un ritual previo a la muerte se convierte en ocasiones en fruto de la misma muerte. El resto de programaciones desde allí me hizo comprender el uso de la expresión “qué echan”, dado que las secciones de todas las cadenas parecían más “echadas” que programadas u ofrecidas. Y si fui afortunado porque viví el momento en que un ingeniero completaba el rosco, también sufrí con la mediocridad, la mentira y la mezquindad del programa al que han quitado el nombre de la Gaztañaga. Quizás lo más insólito de toda la experiencia lo encontré al llegar a la franja nocturna. La mediocridad de las propuestas de las cadenas superaba la de cualquier otro día de la semana –obviando las del sábado noche que andan a la par–.

Tal descubrimiento me hizo pensar en estadísticas que indican una preferencia de consumo de otras actividades el viernes noche: teatro, cine, conciertos, cenas, alquiler de películas, etc., lo que llevaría a las cadenas a “echar” su basurilla a esos y esas miserables que componemos tal miserable share.

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