A esta hora de la madrugada el mundo es un paciente psicótico totalmente sedado
Todavía no ha amanecido. El bochorno, pegajoso y paciente, lo ha invadido todo como un gas letal. La débil luz roja del repelente de insectos eléctrico parece una triste y lejana estrella que se ha colado en la oscuridad del dormitorio. Abandono mi cuerpo, lo dejo tumbado en la cama, pesado y sudoroso, y me voy a la cocina a prepararme un café.
Algunos días de este verano que agoniza me cuesta soportar mi cuerpo, con las gemelas a pocas semanas de salir de él. El pobre está hinchado y grasiento, ahogado en una somnolienta y confusa espera. La sangre circula por él perezosamente, buscando rincones donde esconderse y espesarse para dejar pasar el tiempo. No lo culpo. No es fácil ser un cuerpo que está cambiando de forma tan extrema en medio de este calor. Por eso de vez en cuando lo abandono, para que los dos podamos descansar un rato el uno del otro. Me sirvo el café y salgo al balcón. La larga y ancha avenida está desierta, melancólicamente salpicada por las enfermizas luces ocres de farolas de bajo consumo. El mundo, a esta hora de la madrugada, es un paciente psicótico completamente sedado. Y el café descafeinado solamente sirve de excusa argumental secundaria. Apuro el café y vuelvo al dormitorio. [Pausa.] Cuando entro en la habitación descubro que hay alguien en mi cuerpo. Me acerco con cuidado, y veo que dentro de mi cuerpo hay una mujer joven, asustada, que huele a salitre, y leo en su mirada que se trata de una inmigrante que ha tenido que abandonar su cuerpo en el mar mediterráneo, después de que su precaria barcaza naufragara en medio de una tormenta. Con sus ojos exhaustos me cuenta que todos los que iban en ella cayeron al mar, y la mayoría desaparecieron, porque el apego a sus cuerpos era muy fuerte. Ella comprendió que tenía que renunciar si quería tener una oportunidad, y abandonó su cuerpo con su bebé dentro. Cuando se elevaba, se vio como había sido hasta entonces, con el pelo recio, la piel morena, las caderas anchas, la sonrisa amplia, todavía completa y atada a un pasado, una historia atada a un nombre que se alejaba de un sueño y caminaba hacia la nada. Se vio toda entera con todo detalle y en todos sus momentos pasados, como el inventario total y enloquecido de lo que significaba ser ella, hundiéndose en el agua igual que una inmensa fotografía que se oscurece al caer hacia el fondo; y entonces supo que había llegado el instante insólito y aterrador de despedirse de todo aquello para siempre. [Pausa.] Le digo que no se preocupe, que podemos compartir mi cuerpo. Ella comienza a llorar. Pide perdón y dice que solamente quiere seguir siendo algo, ni siquiera alguien. Entro en mi cuerpo despacio y con cuidado para que no desconfíe. Me acomodo a su lado intentando que comprenda que no le voy a hacer daño. Siento cómo tiembla. Le digo que ahora es nuestro cuerpo. Coloco nuestra mano izquierda sobre la barriga para que entienda que ahora todas somos una misma historia, con un nuevo futuro. Ahora ya llora con nuestros ojos, y las lágrimas saben a sal y a sueños conjurados en otra lengua. Le digo que no hay mar lo suficientemente grande y profundo para ahogar el deseo de vivir, el amor a la vida. Le digo que, cuando amanezca y la luz lave sus lágrimas, voy a enseñarle todo lo que siempre soñó encontrar al principio de su viaje.