Abandonad toda esperanza

A propósito de matar

Abandonad toda esperanza, salmo 585º
Hace no mucho, Kathryn Bigelow hizo historia al convertirse en la primera mujer que ganaba el Oscar a la mejor dirección. Lo consiguió con En tierra hostil, una cinta de ambientación bélica pero corte intimista (y por tanto, menos grandilocuente de lo habitual en el género) que se llevó un total de seis estatuillas, entre ellas el premio gordo a la mejor película del año. Después realizaría la a mi parecer superior La noche más oscura, y aunque con esta no triunfó en términos similares tampoco se fue de vacío en cuanto a nominaciones (cinco, incluida la de mejor cinta del año). Llegado el punto de ese nuevo estatus alcanzado por la ex del realizador James Cameron (obviamente, que En tierra hostil le "arrebatara" el Oscar a Avatar tuvo su dosis de morbo añadido), tocó echar la vista atrás y (re)descubrir a una realizadora sumamente interesante que había cultivado el cine fantástico y el thriller con bastante acierto en las décadas anteriores. Y aunque adore el primero y reconozca la valía de dos títulos de culto (el primero casi instantáneo, el segundo sobrevenido con el paso del tiempo) como Los viajeros de la noche y Días extraños, la Bigelow que a mí me sulibeyaba allá por finales de los ochenta y comienzos de los noventa era la autora de dos policíacos tan reivindicables como la tortuosa Acero azul y la espídica Le llaman Bodhi. Teniendo en cuenta todos estos antecedentes, no es de extrañar que este portento del audiovisual se marque ahora un peliculón como Detroit, que aunque sigue la estela de sus dos trabajos más laureados -resulta obvio que en su carrera hay un antes y un después de su encuentro con el guionista Mark Boal, también oscarizado-, bebe de estilemas más propios del thriller callejero e incluso del cine de terror. Y es que esta recreación de los disturbios raciales que sufrió la capital de la industria del automóvil en 1967, y por extensión retrato de las conductas más miserables que puede mostrar un ser humano, presenta un acto central que se desarrolla en un espacio cerrado y reducido al que la realizadora y su equipo le sacan todo el partido posible: jamás un pasillo y una pared dieron tanto juego a la hora de construir el suspense, ni siquiera en el tan traído y llevado torture porn. Por supuesto, la base sobre la que se sustenta el film es el efectivo libreto de Boal; y también ayuda y mucho el buen hacer de los actores, entre los que no hay grandes estrellas pero sí rostros cada vez más reconocibles: John Boyega, Will Poulter, Hannah Murray o Anthony Mackie, todos y cada uno de ellos soberbios en su cometido. Pero no cabe duda de que es la puesta en escena y el montaje de Kathryn Bigelow los que hacen de Detroit una experiencia memorable y terrorífica, y a la que además no le sobra ni un minuto de las casi dos horas y media que dura. Si por mí fuera, la Bigelow merecería convertirse también en la primera directora en ganar dos Oscars; y si sigue así, que sean tres o los que hagan falta.

Justo una década después de que ocurrieran los hechos reflejados en Detroit es el momento histórico en el que se ambienta lo nuevo de otro de los maestros indiscutibles del thriller contemporáneo: David Fincher. Se titula Mindhunter, y no lo busquen en los cines porque es una serie de diez episodios que se ha erigido en la principal apuesta de este año de la plataforma Netflix al margen de su estrecha colaboración con Marvel Comics. Basada en el libro homónimo del exagente del FBI John E. Douglas, Mindhunter es una creación de Joe Penhall con producción de la actriz Charlize Theron y el propio Fincher que relata los orígenes y primeros pasos del estudio de la psicopatía por parte de dicha institución a partir del trato directo con quienes la padecen, con el objetivo de diseñar perfiles criminales que ayuden a capturar a los serial killers o incluso a predecir conductas homicidas por parte de sospechosos, intentando responder así a la pregunta de "¿Por qué matan los asesinos en serie?". Y aunque el director de otras aproximaciones al tema tan brillantes como Seven o Zodiac se limita a dirigir cuatro capítulos, a decir de quienes ya la han visto completa se mantiene el nivel (entre alto y sublime) de los dos primeros que he visto yo por el momento, estos sí dirigidos por Fincher y con una factura como es de esperar en su caso: impecable. Protagonizan el serial Jonathan Groff y el imponente Holt McCallany, a los que pronto se suma la fascinante Anna Torv (a la que no veíamos desde los tiempos de Fringe). Y a la espera de comprobar por mi parte cómo se remata el asunto (nunca mejor dicho), ya se sabe que la serie ha renovado para una segunda temporada: por lo visto, tenemos asesinos en serie (nunca mejor dicho, también) para rato.

Por supuesto, al margen de los horrores reales que muestran joyas audiovisuales como Detroit o Mindhunter, están aquellos que -por mucho que algunos se empeñen en defender lo contrario- son irreales de todas todas... pero no por ello resultan menos susceptibles de convertirse en materia literaria o cinematográfica de interés. Pero de esos horrores más o menos sobrenaturales hablaremos la semana próxima, y así de paso celebramos Halloween y matamos dos pájaros de un tiro. Porque de matar se trata, precisamente.

Detroit se proyecta en cines de toda España; Mindhunter está disponible en Netflix.

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