Cartas al Director

¿A quién pedimos responsabilidades? (Carta al director)

Antes de explicar la penosa situación en la que recientemente nos encontramos los miembros de nuestra familia, quisiera subrayar y dejar meridianamente clara mi gran admiración por esa profesión que se dedica a salvar vidas humanas como es la de médico. Siempre he tenido gran admiración por el sacrifico que hacen unas personas que dedican largos años de estudio y todo su esfuerzo profesional, y en muchos momentos personal, en beneficio de los demás. Admiro cómo esos largos estudios tienen la recompensa de poder devolver la salud a las personas e incluso salvarles la vida, y día a día enfrentarse a los pacientes dándoles todo tipo de ánimo para salvar los escollos que supone cualquier tipo de enfermedad.
Pero desgraciadamente, este respeto y reconocimiento por una profesión puede cambiar en unos instantes y pasar de la admiración al odio sin solución de continuidad. Hace unos días, un familiar muy cercano sufrió un infarto en plena calle cuando se acercaba a recoger a sus hijos del colegio, a unos escasos 30 metros del Centro de Salud I, delante de la oficina de Correos de nuestra ciudad. Rápidamente las personas que iban por la calle se acercaron para ver lo sucedido y prestar ayuda si fuera necesario, mientras los camareros de un restaurante cercano corrieron al Centro de Salud para solicitar ayuda médica. Bien pronto 3 enfermeras y 2 médicos se acercaron al lugar, llevando un desfibrilador con ellos para reanimar a la persona que estaba tendida en el suelo, aparentemente sin vida, y es en este preciso momento cuando comienza la epopeya de unos profesionales ineptos que, en lo que a mí respecta, han dejado a la profesión médica por los suelos.

En un primer momento, las enfermeras no podían poner la guía en el brazo de mi familiar, no le encontraban la vena, y ni los médicos presentes, ni las enfermeras, supieron poner el desfibrilador en marcha ante el asombro de los cada vez más testigos presentes, a pesar de que uno de los médicos era (y supongo que seguirá siendo) el coordinador del Centro de Salud. Uno de estos médicos incluso llegó a dar el pésame a la tía de la persona que sufrió el infarto, presente en el lugar del suceso.

“No hay nada que hacer, ha fallecido”, le dijeron a la tía, allí presente, con todo lo que significar escuchar una frase así de manera totalmente imprevista. Ante esta dantesca situación, y habiendo pasado unos 7 minutos, todo daba a entender que estos médicos tenían razón en su pronóstico; pero en ese momento llegó una persona, que abriéndose paso entre los congregados preguntó qué sucedía y rápidamente abrió el desfibrilador y dio unas descargas al infartado, devolviéndolo a la vida. Una enfermera que estaba fuera de servicio del Centro Integrado, y que casualmente también pasaba por el lugar, en el que cada vez se congregaban más personas, puso las guías en los brazos de mi familiar justo en el momento en que llegaba la ambulancia solicitada. Gracias a Dios, y después de haber pasado por la U.C.I, mi familiar pasó por planta en el hospital, siendo dado de alta posteriormente.

Lo que salió de mi boca, dedicado a estos médicos y enfermeras, reconozco que no tiene sentido, pero mi indignación ante la actuación de tales médicos y enfermeras, ineptos e incapaces para ejercer este oficio, no deja de perseguirme a toda hora del día, atormentándome a cada momento. No estoy a favor de los recortes en el sector sanitario, pero estas situaciones sí me hacen pensar que debe haber un reciclaje entre los profesionales del sector y echar a la calle a todos estos que se dedican a tomar café quejándose del horario de trabajo y del sueldo.

Es hora de jubilar a esta pandilla de inútiles, dar paso a los jóvenes que están el paro esperando su oportunidad, para aplicar sus conocimientos adaptados a nuevos tiempos, y demostrar que la profesión que han elegido está por encima de todo, que las personas no somos trapos como en ocasiones se nos trata en las consultas, aunque pongan como excusa el tener que atender cada cuarto de hora a tres pacientes.

No puedo finalizar sin dar mi más sentido agradecimiento al anestesista, a la enfermera, a los camareros, al personal sanitario del Centro Integrado y a los trabajadores de la ambulancia que han permitido, con su desinteresada ayuda, que dos niños puedan seguir disfrutando de su padre. Su esposa y nosotros, los familiares y amigos, jamás podremos pagar el gran regalo que nos hicieron, compartir la vida con una persona ejemplar… Gracias, de corazón.

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