Abstenciones, Pinochos y pinzas
Explicar los actos y las decisiones implica la necesaria verbalización de las conductas. Sin embargo, las palabras quizá puedan anticipar o posponer los hechos y las omisiones, pero ni mucho menos sus consecuencias. Eso sería tanto como creer que los futurólogos, más allá de ser avezados y persuasivos cuentistas, tuvieran en efecto la facultad de predecir lo que va a ocurrir. Si acaso lo dirán antes, aunque acertar ya es otra historia muy distinta.
En estos días se pergeña el relato que pretende justificar la probable abstención del PSOE en la votación de investidura del presidente en funciones, Mariano Rajoy. Con ello, dicen, los socialistas quieren resolver una situación de incertidumbre institucional o bloqueo político que ha paralizado durante casi un año el Gobierno de España. Se escudan, al igual que Ciudadanos, en la idea de actuar con responsabilidad, anteponiendo los intereses generales a los particulares.
Además, se obstinan en aclarar que una abstención no supone una rendición, una cesión o un acuerdo de gobernabilidad. Solo se trata de un mecanismo para poner en marcha la legislatura y poder ejercer la oposición con toda contundencia. Sin embargo, una maniobra para desalojar al secretario general de Ferraz en nada se parece a la de facilitar la presidencia en la Moncloa. Lo primero divide a un partido histórico. Lo segundo destroza las expectativas de cambio de una sociedad y un país. No olvidemos que, pese a ser la opción más votada, hay más millones de españolas y españoles que no respaldaron en las urnas a Rajoy.
La gestora que dirige ahora el Partido Socialista desactivó con ayuda de los barones y la baronesa andaluza, extraña terminología para una organización de origen republicano, los intentos de Pedro Sánchez para buscar posibles alternativas. Y se menoscabó de paso la voz de la militancia. No fuera que, como en Gran Bretaña con el Brexit, en Colombia con el acuerdo de paz con las FARC o en Hungría con las políticas europeas respecto a los refugiados, la consulta participativa no cumpliera las previsiones de los críticos. Y, por tanto, se produjera la derrota de los alineados con Felipe González que defienden, como mal menor, dejar gobernar al PP.
Bien es cierto que ese pretendido acuerdo de gobierno multilateral era solo una quimera, una aspiración o una ambición personal. Lo que está claro es que Podemos y Ciudadanos nunca tuvieron intención de llegar a acuerdos, atrincherándose en sus diferencias ideológicas. Aunque Podemos sí veía con simpatía el apoyo de PNV y la antigua Convergencia, no precisamente partidos de izquierdas y exentos de corrupciones, en el caso de los catalanes.
Mientras tanto, se sigue aprovechando la coyuntura para pescar en río revuelto y debilitar aún más si cabe al PSOE, desde el centro y la izquierda. El populismo mitinero de Pablo Iglesias se ha recrudecido, arrogándose el papel de única oposición que las urnas, todavía, no le han concedido.
A escasos días de que finalice el plazo para la disolución de las Cámaras y la convocatoria automática de unas nuevas elecciones, el PSOE tendrá que pronunciarse. Las narices empiezan a crecer entre los miembros del Comité Federal a consecuencia de las medias verdades o mentiras a medias que deben usar para argumentar lo difícilmente justificable. Una pinza durante la votación de investidura les hará más soportable la abstención ante la fetidez y la putrefacción de casos de corrupción como Gürtel, Taula, tarjetas Black, Púnica
Pero que lleven cuidado. Si dejas mucho tiempo de respirar, corres el riesgo de morir. Y no hace falta ser adivino para saberlo.