En la actualidad, cuando queda ya muy lejos la época de esplendor de iconos como Arnold Schwarzenegger o Sylvester Stallone, y al margen de los blockbusters en los que este género suele aliñarse con condimentos ajenos (véanse, sin ir más lejos, las películas de superhéroes), dentro del llamado cine de acción como tal se dan dos corrientes bien diferenciadas... siendo la segunda una reacción a la primera: por un lado, la de los filmes que no pretenden otra cosa que no sea ofrecer un entretenimiento más o menos digno y que responda a los tropos del género; por otro, la de aquellas cintas que se aproximan al mismo desde una mirada crítica y/o satírica supuestamente desprejuiciada y pretendidamente revolucionaria.
La primera tendencia, por lo general, se ha visto reducida al mercado digital y al streaming; y en ella nos encontramos con viejas glorias al borde de la jubilación como Steven Seagal o Jean-Claude Van Damme, estrellas (por llamarlas de alguna manera) de nuevo cuño como Scott Adkins o el indonesio Iko Uwais, antiguas figuras del séptimo arte en declive como Val Kilmer o Christian Slater, o estajanovistas sin medida y con alopecia como Bruce Willis o el inevitable Nicolas Cage. En cambio, la segunda tendencia -cuya mirada más o menos distanciada de su referente original responde claramente a la sensibilidad postmoderna- sí alcanza a todos los ámbitos de exhibición, incluyendo las salas de cine.
Veamos un ejemplo de esta última corriente: la recién estrenada Nadie está dirigida por Ilya Naishuller, pero su supuesto reclamo publicitario es venir avalada por la firma de Derek Kolstad, el guionista de John Wick... Una saga esta última que protagoniza Keanu Reeves y que es ejemplo paradigmático de este tipo de películas en las que poco importa la verosimilitud de lo narrado o la psicología de los personajes. El film que nos ocupa también responde a este mismo modo de entender el género: el protagonista es un don nadie -condición a la que alude el título del film- que de la noche a la mañana se convierte en una máquina de matar; una transformación que se justifica de manera poco clara aludiendo a una vida anterior y una dedicación profesional que ese sujeto tan gris había dejado atrás.
De este modo, Nadie recuerda a otras cintas recientes además de a la mentada (y execrable) John Wick: me vienen a la cabeza títulos como Red, Wanted o Polar, que demuestran lo proclives que son los cómics a ser adaptados en filmes de este corte. Pienso también en algunas películas de las que no pasé de los diez primeros minutos porque me vi el percal enseguida, caso de Bunraku, Asher, Accident Man o Terminal. O incluso me acuerdo de una con la que ni lo intenté después de ver el tráiler: Hardcore Henry, precisamente el debut del realizador de Nadie. Todas las citadas son películas que me han hecho pensar de inmediato en aquella máxima del policía Roger Murtaugh (Danny Glover) en la saga Arma letal: “Estoy demasiado viejo para esta mierda”. Y Nadie es precisamente eso: la nueva mierda en la que se ha convertido el género, y a la que ni siquiera salva más allá de su tramo inicial (lo mejor de la función) que el protagonista sea un actor tan competente como Bob Odenkirk, al que muchos conocerán por su participación en las series Breaking Bad y Better Call Saul... Aunque no es mi caso, porque no he visto ni un solo minuto ni de una ni de otra.
Vayamos ahora con un ejemplo reciente de la otra tendencia: Sin remordimientos es ahora mismo uno de los estrenos estelares de la plataforma audiovisual de Amazon. Se basa en una novela del malogrado Tom Clancy, el creador de Jack Ryan (al que han dado vida en la gran y la pequeña pantalla un gran número de actores, siendo quizá Harrison Ford el más recordado de ellos), y no pretende más que ofrecer al respetable casi dos horas de evasión basada en la consabida alternancia de escenas dramáticas y las puntuales set pieces de acción pura y dura. Para ello se ha contado con la solvente dirección del italiano Stefano Sollima, hijo del añorado Sergio Sollima (otro que de westerns, filmes policíacos y otros géneros afines del cine entendido en su vertiente más popular sabía bastante), y realizador que ya demostró con creces su valía para moverse entre los estilemas del género con la estupenda secuela de Sicario de Denis Villeneuve.
Sin remordimientos está protagonizada por un militar de élite encarnado por Michael B. Jordan, el cual no disimula su intención de convertirse en una estrella cinematográfica y a poder ser también en una garantía de éxito, gracias a una cinta que tampoco trata de ocultar su voluntad de generar varias secuelas o incluso una franquicia propia (¿el clancyverso?) al estilo de las películas basadas en los cómics de Marvel o DC: a este respecto, la secuencia post créditos es determinante... y no solo por ser una secuencia post créditos. Y bien es cierto que Jordan tampoco es que derroche carisma precisamente, y que -lo que es peor aún- la trama no pueda ser más previsible dado que responde a todos los tópicos y arquetipos del género habidos y por haber a pesar de contar con el concurso de Taylor Sheridan, el guionista de Comanchería o la citada Sicario: cada vez que un nuevo personaje hace acto de presencia el espectador más curtido sabe en ese mismo instante y sin lugar a dudas qué función va a desempeñar dentro de la historia. Pero, verdaderamente y sin echar las campanas al vuelo, prefiero que me den más de lo mismo si está tan bien rodado como Sin remordimientos -nada que ver tampoco con la paupérrima estética de algunos subproductos protagonizados por Seagal, Adkins y otros de fuste similar- antes que un film como Nadie, de esos que miran por encima del hombro y de forma autoconsciente al género al que supuestamente pertenecen. Ay, la postmodernidad...
Para más inri, de tanto recurrir a él, este modelo arrogante y prepotente de entender el cine de acción, y que lo emparenta con los cómics y los videojuegos entendidos en su versión más primaria e infantiloide, se ha convertido ya en la tendencia que podría ser muy bien la predominante. Por ello, una verdadera forma de innovar en el género, aunque también lo es cada vez menos (afortunadamente), es poner a una mujer al frente del reparto dentro de las coordenadas de un territorio que siempre se ha caracterizado por los músculos y la testosterona. Esto, como digo, resulta cada vez menos novedoso: y ya no pienso en pioneras como la Linda Hamilton de Terminator 2 (además, tanto su personaje como la propia película son otra cosa) o la Uma Thurman de Kill Bill (tres cuartos de lo mismo), sino casos más recientes como la Salma Hayek de Everly, la Jennifer Garner de Peppermint o la Charlize Theron de Atómica; por no citar el protagonismo de Kate Beckinsale y Milla Jovovich en sendas sagas de corte fantástico -con un devenir cada vez vez más lamentable en ambos casos- como Underworld y Resident Evil respectivamente. Ahora bien: lo que sí resulta más chocante es contar con una actriz del talento interpretativo de Jessica Chastain para encarnar a un personaje principal dentro de un género más dado a la expresividad puramente física que a la exhibición emocional.
Este comentario viene al hilo de Ava, un divertimento más que digno que dirige Tate Taylor y donde la protagonista de Molly's Game interpreta a una asesina a sueldo de una organización secreta con un serio problema con el alcohol y a la que los mismos que la convirtieron en lo que es tratan de quitarla de en medio. La película en cuestión, bastante decente dentro de sus limitadas pretensiones, no ha logrado pasar por la cartelera y ha llegado directamente a la plataforma de Movistar+; mientras que un producto como Nadie se estrena en los cines por todo lo alto. Francamente, no lo entiendo. Será que, en efecto, ya estoy demasiado viejo para esta mierda.
Nadie se proyecta en cines de toda España; Sin remordimientos y Ava están disponibles en Amazon Prime Video y Movistar+ respectivamente.