Cartas al Director

¿Adónde vamos a llegar?

El otro día presencié un hecho que me dejó estupefacta. Fue en un pequeño comercio local. Era sábado y la tienda (de ropa), estaba bastante concurrida, sobre todo por mujeres. Mujeres que buscaban entre las diversas prendas expuestas, alguna que fuera de su agrado. Mientras tanto, una niña de unos 5 o 6 años correteaba en torno a los expositores por en medio de la gente.
No sé lo que pensarían las demás personas, en vista de que la niña no paraba de correr, pero lo que yo pensé fue, ¿dónde estará su madre? ¿Por qué no le dice nada? Y lo mismo debió pensar la encargada de la tienda, pues intervino diciéndole a la niña que dejara de correr, porque podía caerse o hacer que alguien se cayera. La niña salió a la calle donde al parecer se encontraba ya su madre.

Hasta aquí más o menos normal, ¿no? Pero cual no sería mi sorpresa y la de cuantas personas estábamos allí, cuando entró la madre de la niña y se encaró con la encargada para decirle que cuando tuviera que decirle algo a su hija que se lo dijera a ella, porque la niña había salido llorando de la tienda. La encargada se quedó perpleja, pues no creía haber cometido ninguna acción censurable y así se lo hizo saber a la madre, pero ella “siguió en sus trece”. Quizá esta madre será de las que cuando su hija le diga que el profesor le tiene manía y por eso la ha suspendido, en vez de poner a la chica en su sitio, vaya al colegio y le pida explicaciones al docente.

La niña tenía edad suficiente para entender que la llamada de atención le fue realizada en un tono amable. Pero el problema en este caso no está en la criatura, sino en la madre, que quizás no está dispuesta a corregir el comportamiento de su hija cuando éste no es adecuado. Es probable que tema que la chiquilla se frustre si la reprende.

Sin embargo, debe saber que la frustración es necesaria para el aprendizaje de vida y a medida que las criaturas crecen deben ir experimentándola, porque en esta vida no siempre van a poder satisfacer todos sus deseos. Y ese aprendizaje debe empezar ya en los primeros años de vida. De lo contrario, no serán capaces de desarrollar una adecuada tolerancia a la frustración, con todos los problemas que de ello se derivan, no hay más que ver cómo está una parte muy importante de nuestros adolescentes, que no aceptan la autoridad del profesorado, que sólo piensan en divertirse a costa de lo que sea, o esa juventud que se ha dado en llamar la generación “NI-NI”, ni estudian ni trabajan; y añado yo, ni tienen ninguna obligación en casa.

No digo que todo esto sea consecuencia únicamente de no haber desarrollado en su educación la tolerancia a la frustración, pero bastante habrá tenido que ver, pues hemos pasado del “porque lo digo yo”, al no decirles nada por miedo a frustrarles. Y así nos va y les va.

Fdo. Rosalía Sanjuán

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