Cultura

Ahora lo que mola es tocar suelo

El lunes, en la pública, con la valentía de quien se juega un puesto de trabajo en los tiempos que corren, preguntaban al Ministro de Cultura y Educación, el señor Bert, si en su agenda de trabajo se encontraba la revisión del IVA cultural. A lo que don Ignacio respondió que no era eso de lo que estaba hablando, pero que sí, que estaba en su ¿agenda de trabajo, diario de viaje, ruta de no sé qué…? Vamos, que lo que acababa de soltar por su boca aquella mañana era suficiente para llenar páginas sin necesidad de hablar de la superlativa subida de impuestos a la industria cultural española –y eso pese al informe que descubre una cuantiosa reducción monetaria tras imponer la impopular medida–.
Lo que el malogrado Ministro acababa se soltar por su boca era quizás el último peldaño que bajar antes de que su Gobierno anunciara una campaña costeada por nuestros bolsillos que en breve buscará rescatar a don Ignacio del visceral manto de odio e indignación generado por su labor política. Y es que si don Alberto ha conseguido levantar airado tanto a la ciudadanía como al gremio de la Justicia, don Ignacio ha hecho lo propio en su terreno. Como ángeles de la muerte, de pie como Amos sádicos frente a una horda de masoquistas, disfrutan escuchando las súplicas de su clientela y dicen: “para esto nos habéis llamado, pagado, votado”. Y cuando el Ministro Bert pisa el último peldaño pidiendo a quien no alcance un seis y medio en sus exámenes que piense si debe seguir estudiando, él se apiada y lo pone fácil: sin esa calificación no obtendrán su beca. “¡Por supuesto!” –Dirán pensadores tipo el señor Espada– “que se esfuercen, que no tienen otra cosa que hacer, mis niñas superan esa nota y ¿cuánto estudian? ¿Una, dos horas, a la semana?” (Aunque habría que decir que ninguna de “sus niñas” ha cumplido los doce años). “Las becas las pagamos todos y no para que vagueen. Si no valen para estudiar, si son unos perezosos, que se pongan a… [Trabajar]”.

Ya saben, ¿qué les voy a contar? No sé si lo peor de la semana ha sido la propuesta del Ministerio o la ristra de imbéciles buscando defenderla, denigrando la opinión de todo este país si es necesario: desde el niño de primaria hasta la rectora de la Universidad. Y si lo normal es que haya consenso (y si no ya se les darán las justificaciones más peregrinas) en esos grandes estamentos y esas adineradas familias, lo inaudito es que aquí abajo permitamos el expolio de nuestros derechos mediante coacciones y humillación. No está bien lo que está ocurriendo y no cabe pensar que alguien más tarde, años después, pueda reparar el daño inflingido. Nuestra prudencia y nuestro sentido de la responsabilidad son en realidad el miedo que permite el saqueo. Un Ministro: cien licenciaturas. Un kilómetro de Alta Velocidad: miles de micro-créditos a empresas.

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