Cultura

Algunas consideraciones sobre Juventud

No será necesario repetir en estas líneas que la última entrega de la revista Oveja Negra ya salió a la luz, ni que la agenda Pocket con las actividades veraniegas para la infancia y la juventud ya ha sido presentada. Tampoco será necesario incidir en la supresión de aquel infame sorteo que buscando “igualdad de oportunidades” determinaba el número de inscripción desde donde se comenzarían la lista de admisiones en las distintas actividades hasta llegar al número de plazas ofertadas (aunque bien es cierto que si la criatura quedaba fuera siempre se podía confiar en que alguna baja de última hora hiciera correr la lista, o no).
Pero no vengo a hablar de eso, sino más bien de algunos aspectos del Espacio Joven –yo diría Concejalía de Juventud– todavía poco claros tras los cuatro años transcurridos en la anterior legislatura (donde se procedió a su diseño, inauguración y puesta en marcha); y tras este primer año recién cumplido de legislatura verde. Zonas poco luminosas que resumiré en dos: planificación y evaluación. Dos elementos en el trabajo sociocultural que derivan en uno: el Objetivo (aquello que se desea alcanzar y que se determina por el análisis de las particulares circunstancias de nuestro municipio). Objetivo cuya consecución pasa por la resolución de otra serie de objetivos: secundarios, operativos, preventivos…

Y si digo que echo de menos alguna luz acerca de la Planificación en materia de Juventud es porque no consigo adivinar con los datos a mi alcance hacia qué objetivo se dirigen todas esas actividades que plantea la concejalía (dando por supuesta su función lúdica). Y está claro que no hablo de los objetivos de cada actividad, sino del conjunto de ellas. Así como debe quedar claro que no hablo de los objetivos a alcanzar a lo largo de un trimestre, ni de un año, sino de dos, tres, o quizás por razones externas –la de la duración de nuestras legislaturas– cuatro años. Así que diré que echo de menos una serie de propuestas en los programas electorales que contrastadas con la realidad conocida por el personal técnico de juventud, den pie a un Plan de Juventud.

Y si echo de menos claridad en cuanto a la Evaluación es porque con la información disponible soy incapaz de determinar si se han alcanzado los objetivos propuestos y si entonces, como en una ruta, estamos avanzando hacia el lugar previsto, si hemos subido un peldaño, si estamos más cerca de nuestras pretensiones. Si no conocemos los Objetivos ni conocemos el Plan de Juventud (con sus fases, actividades, relaciones transversales con áreas como Servicios Sociales), jamás podremos concluir si el camino recorrido es el correcto. Por tanto tampoco podremos determinar cuáles son los puntos flacos y cuáles son los correctos.

Todo esto puede parecer un poco confuso, o complejo, pero les aseguro que se trata de unas reglas básicas conocidas y aprendidas por cualquiera que se haya introducido en el trabajo sociocultural, básicas en el curso obligatorio para ejercer como monitora en cualquier actividad y profundizadas a medida que la titulación-profesionalidad-responsabilidad lo exige.

En cualquier caso, lo peor sería no tener un plan, apuntar objetivos a salto de mata, estar por estar, olvidar la importancia del área de Juventud: ignorar que allí crece un futuro que nos superará. Lo peor sería no saber hacia dónde vamos, ahora que tenemos un buen barco. Lo peor sería tener que escribir que el Espacio Joven ha zozobrado, que se ahoga en sí mismo; arrepentirnos por la miseria económica y estratégica que hemos invertido en un proyecto de tal magnitud.

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