Alicia en el País de las Gachamigas (1ª Parte)
Era una tarde cualquiera de un día de otoño. El parque estaba lleno de hojas secas, de pieles de plátano, de colillas, de papeles, de bolsas, de botellas y de excrementos. También había algún columpio y un montón de abuelas corriendo detrás de los nietos...
Alicia estaba allí, en un banco del parque, merendando y soñando como cualquier niña de su edad con ser la madrina infantil de los Nazaríes, cuando de pronto, un conejo blanco vestido con una chilaba, pasó velozmente a su lado, gritando ¡Día 4 que fuera! ¡Día 4 que fuera!. Alicia se levantó de un brinco porque de pronto comprendió que jamás había visto un conejo con chilaba. Y ardiendo de curiosidad, corrió detrás de él, justo a tiempo de ver cómo se colaba por una gran madriguera que había tras un seto. Allí se metió Alicia al instante, persiguiendo al conejo, cuando de repente se vio cayendo por una especie de pozo muy profundo que no parecía tener fin. Durante la caída, Alicia seguía soñando con ser madrina infantil. En ésas estaba cuando de golpe y porrazo fue a dar contra el suelo. El descenso había concluido, y Alicia creyó haber llegado al centro de la Tierra.
Al abrir los ojos, descubrió que se encontraba en un país maravilloso, aunque lleno de humo. Aquel lugar era de una belleza indescriptible: había sartenes y estrébedes por todas partes. Los campos y los prados eran inmensos tapetes verdes donde se podía jugar al truque y al dominó a todas horas. Las palomas se podían beber, ya que estaban hechas con agua fría y con anís. De las montañas brotaban manantiales de vino gachamiguero. De los árboles colgaban sabrosas pelotas de relleno. Alicia se detuvo. Tenía hambre y devoró con fruición uno de estos frutos (parecía un visitante de la última Feria de Artesanía celebrada en el Castillo de la Atalaya). Las pelotas le dieron sed, y Alicia llegó hasta la orilla de un río por cuyo cauce corrían millones de litros de Katakí. Alicia comprobó que se trataba también de un río mágico, ya que los hombres se zambullían en él tristes y serenos y a los diez minutos emergían alegres y tambaleantes. Alicia se acercó hasta uno de aquellos hombres para que le indicara dónde podía encontrar un poco de agua. Aquí no existe el agua en estado líquido, le contestó aquel extraño ser. Aquí sólo tenemos barras de hielo para enfriar la bebida y bolsas de cubitos para los cubalibres. Y era cierto, ya que en las casas salía ginebra por el grifo del agua caliente y coca-cola por el del agua fría.
De todos modos, lo que más llamó la atención de la pequeña Alicia, es que los habitantes de aquel país tenían la cabeza con forma de porrón. Muchos de ellos llevaban además, encima de la cabeza, una especie de flan al que todos llamaban fez. Aquellos seres tenían una mano con forma de paleta, lo cual les venía muy bien para darle vueltas a la gachamiga. La otra mano, en cambio, era cilíndrica y de cristal y tenía la forma de un vaso de tubo.
De repente, se oyó un gran estruendo con olor a pólvora. Alicia pensó que se trataba de una tormenta y que por fin podría obtener agua. Lo que Alicia no sabía es que en aquel país traían a la Mahoma todos los días del año, excepto el 12 de mayo, y que el ruido provenía del disparo de los arcabuces. Además, allí las nubes tan sólo contenían confetis y serpentinas...
CONTINUARÁ.