Apoteósico Fran J. Ortiz
El habla villenera culta es un deleite para quien suscribe. José María Soler la cultivaba en las distancias cortas, y Fran J. Ortiz la mantiene viva como un tesoro
Recientemente se celebró en la Sede de la Universidad de Alicante de la capital un ciclo de conferencias de cine titulado ‘Las películas de mi vida’ en el que participó nuestro paisano Fran J. Ortiz, colaborador de este periódico.
Escuchándole durante más de cien minutos, más de lo que dura una película convencional, perdí la noción del tiempo y me atrevo a decir que volví a recuperar ese sentimiento tan hermoso que debe ser lo más parecido a la felicidad. Fundí una de mis grandes pasiones, el cine, con uno de mis placeres confesables, todo lo que me retrotrae a las raíces de Villena.
Escuchar el sabio discurso de Fran J. Ortiz, visceral, documentadísimo, vivido, experiencial, entrañable (surgido de las entrañas), pronunciado como una ametralladora por su entusiasmo, correctísimo gramaticalmente, erudito en apostillas y acotaciones, sin emplear ni una anotación ni una guía, y hacerlo empleando el deje villenero es algo que me emocionó enormemente.
Hace mucho que detecté cómo me gustaba detectar el uso del habla de la tierra, dentro y fuera de ella. Siempre tuve clara la diferencia entre un villenero o villenense culto (la persona) de un hablante con deje villenero o villenense culto. Los hay que por lo que sea pierden el acento, caprichosa o intencionadamente, por muy villeneros de pura cepa que sean, y no pasa nada.
Pero los hay que no pierden ese deje por nada del mundo. Entre ellos se encuentra el caso de mi querido Fran J. Ortiz. Puede estar hablando de los asuntos más trascendentes de la Semiótica, que hasta ahora (y espero en el futuro) no abandonará el habla que le ha acompañado desde la infancia, y que no quita ni un ápice de valor a su discurso (ver ‘Hasta donde nos lleve el cine’, Ed. Ultramarina).
El habla villenera culta, que se evidencia a cada frase y se culmina con la pérdida de según qué ‘eses’ al final de las oraciones, es un deleite para quien suscribe. José María Soler la cultivaba en las distancias cortas, y Fran J. Ortiz la mantiene viva como un tesoro.