Aquel tren de plata

La noticia, ilustrada con una fotografía del llorado Soli –José Ibáñez Martínez– y publicada el sábado dos de junio de 1973 en el número 5 de la revista quincenal Villena, informaba sobre el incendio del ferrobús procedente de Valencia basándose en lo documentado por Miguel Dávila, del cuerpo de bomberos local.

El suceso, acaecido unos catorce días atrás, había sido a la altura de la cuesta de la Tía Ángela. Esto es camino de Madrid –o de Ocaña–, por donde la rambla del Angosto, ocasionalmente "río" en episodios torrenciales, cruza carretera y ferrocarril, cerca de Los Balcones.

Se supone, apuntaba la noticia, que el incendio se debió "al calentamiento de un cojinete o a un cortocircuito cuya chispa prendió los depósitos del combustible". El fuego, iniciándose en la parte trasera, se propagó por todo el tren. Los pasajeros fueron evacuados por la parte delantera. Afortunadamente no hubo que lamentar víctimas ni deterioros en los equipajes, sí daños materiales que afectaron al tren.

Advertida la Guardia Civil del incendio avisó a Villena, desde donde de inmediato partió el camión de bomberos, interviniendo y evitando que los depósitos de gasoil estallaran. Pasada una hora, acudieron dos coches de bomberos de Elda que acabaron de sofocar el fuego. Los pasajeros, sin lesiones pero asustados, fueron trasladados a sus destinos en autocares. Lo que quedaba del tren, a Caudete.

De los ferrobuses guardamos gratos recuerdos. Para quienes conocieron el referente real –y son muchos, porque durante muchos años los disfrutamos– pueda parecerles excesivamente almibarada la imagen de plata que guardamos de aquellos trenes que sustituyendo a los de vapor aportaron una pincelada de modernidad.

Sabemos por VALENPEDIA, LA HEMEROTECA VALENCIANA que el primer ferrobús que llegó a España llegó a Valencia a principios de 1955, entrando en servicio el diecisiete de enero entre las líneas de Valencia a Játiva y Castellón. Tren diésel de construcción alemana, compuesto de tres unidades, tenía una capacidad para 174 viajeros sentados y 105 de pie. Y fueron estos trenes los que tantas veces nos trajeron y llevaron Villena-Alicante, Alicante-Villena en algunas escapadas a la playa, cuando los exámenes en el Conservatorio Óscar Esplá y después, muchas veces, en los años de universidad.

Los disfrutamos o los sufrimos. La memoria, ya se sabe, es selectiva. Y sobre todo suele atesorar las mieles antes que las hieles. Y las hieles eran. Por la misma época de aquel suceso del 73, nuestro paisano Vicente Valero Costa, también en aquella revista Villena, en el número 8 del sábado quince de septiembre, ataba una crítica contra el ferrobús echando mano de alguna hipérbole que otra: "Si Vd. –advertía Valero como engalvillamiento bordón– nunca ha disfrutado la fascinante experiencia de la salida de un estadio, de una sauna, de encontrarse en una manifestación política, de los funerales de un torero famoso, de los campos de concentración nazis, de la montaña rusa del Tibidabo, o de una diligencia pre-Cuba, ahora tiene su gran oportunidad: compre un billete para el Ferrobús (tren–tranquilidad) y compruébelo hasta Sax. Inolvidable. Aunque sinceramente creo que para mayor aliciente turístico, deberían sustituirlo por trenes borregueros con pienso y todo".

Estos "engalvillamientos" los recogía Valero en su sección La hora de engalvillar. Nótese que según el Diccionario villenero de Soler García, "engalvillar", "engarvillar" o "engarbillar" decimos en Villena por "engavillar", que según la RAE consiste en recoger cosas haciendo gavillas. Además en Villena, según el mismo Diccionario villenero, "engalvillar" también significa conocer o entender una cosa a fuerza de reflexión. Lo que se ajusta a aquellos artículos de Valero Costa.

¿Ferrobús o borreguero?... No reflexionando nuestra memoria, disfrutándolo, ¡tren de plata!