Estación de Cercanías

Asquerosas guerras

Nunca me cansaré de decir no a la guerra sin excusas, porque ninguna me vale cuando veo sus consecuencias. Rotundamente no, porque ni me alivian ni convencen los argumentos que esgrimen para justificarlas. Y después de ver las espeluznantes escenas de un orfanato irakí en el cual 24 niños encadenados a sus camas, desnutridos, desnudos sobre sus propios excrementos y comidos por las moscas esperaban a la parca en lenta agonía, nada, absolutamente nada ni nadie, obrará en mí el milagro de entender ni remotamente el sentido necesario –que algunos defienden sin rubor– de los enfrentamientos armados.
Para poder reaccionar al choque emocional que esta cruda realidad me ha ocasionado, y siendo consciente de que tan dantesca visión no es un hecho aislado ni puntual, necesito modificar la perspectiva de los hechos e intentar reflexionar, desde otro ángulo, sobre el por qué los humanos somos capaces de tales atrocidades con humanos, en este caso con niños, lo que sin duda alguna es el más ruin y despreciable de los atentados. Y para ello es imprescindible dar un rodeo bordeando los aberrantes hechos, mirar por detrás de la brutalidad de estas imágenes, con la inocente pretensión de encontrar alguna explicación que se ajuste a mis límites morales. Y al darle la vuelta a la estampa, queda al descubierto otra de las muchas caras que una guerra puede mostrar; pero ésta no dibuja el sonido de las bombas, ni impregna de rojo la tierra, ni ahoga en lágrimas y gritos las muertes de los más queridos, la extinción de familias enteras. Ésta es tan gélida que ni tan siquiera tiene espacio para ello; en esta cara la conducta es callada, tranquila, sin muestra alguna de dolor, sin rituales de despedida… dejar morir de hambre y miseria a unos niños no provoca el más mínimo estruendo, se acoge al silencio, a una dejadez asesina que cinco personas han compartido y realizado sin el más lejano remordimiento, sencillamente dejando ejecutar un destino marcado para estos inocentes. También se aprecia desde este frente una inhumana muestra de lo que el dolor continuo, la imperiosa necesidad de sobrevivir en primera y única persona, la ceguera prolongada que impide distinguir el bien del mal y la carencia de oído para escuchar algo distinto al sonido de las bombas, los llantos, los gritos y los encendidos mensajes de venganza a los que estás ligados desde largo tiempo, es capaz de repujar en el alma.

Ponerme en la piel de los que han sido capaces de cometer tal atrocidad no ha sido fácil, adentrarme por los pedregosos senderos de las mentes y sentimiento de estas gentes que viven dentro de una espiral de violencia longeva y sin visos de ser resuelta a corto plazo, cuesta, pero una vez impregnada de esa amargura diaria que va minando impenitente ilusiones presentes y futuras, que quema esperanzas concebidas para el devenir diario, que sólo huele a putrefacción y observa visiones tan esperpénticas y macabras que actúan letalmente como veneno sobre los humanos sentimientos de caridad, puedo comprender que estas experiencias vitales sean capaces de eliminar, en cualquier persona que las tenga que acoger diariamente, sentimientos de compasión hacia el prójimo.

Porque si de algo pueden presumir las guerras es de lograr que el grado de congelación al que llega el corazón de las personas sea directamente proporcional al número de bombas, de disparos, de morteros, de años de conflictos y de destrucción a los que son sometidos, convirtiendo el caliente músculo en un mecánico surtidor de sangre en el pecho de aquellos que las padecen con un despiadado resultado que es odio para hoy y venganza para mañana, sin fecha de caducidad.

(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba