Aunque al psicólogo le preocupaba principalmente mi antropofobia
Toda mi vida he sentido una extraña angustia que le confería a mi carácter una curiosa pátina de huidiza melancolía, pero hace unas pocas semanas los síntomas se volvieron súbitamente insoportables e incontrolables, y me vi tan acorralado por el creciente desorden de mi personalidad, que decidí juntar todas mis fuerzas e ir al psicólogo para intentar saber qué era lo que me estaba arruinando la poca cordura que me quedaba y la salud.
Después de varias sesiones de intensos interrogatorios y comprobaciones, dijo que era posible que yo padeciera acarofobia, que es miedo a los ácaros, y bacilofobia, que es miedo a los microbios, pero que mis síntomas también podrían conducirnos hasta la microfobia y/o la parasitofobia, que son miedo a los gérmenes y a los parásitos respectivamente. Ante la sospecha de que mis fobias no acababan ahí, el psicólogo insistió en profundizar en los motivos de mis angustias y rápidamente descubrió que también tenía algunos inquietantes síntomas que encajaban en la afenfosfobia o hafefobia (miedo a ser tocado por el peligro a una posible contaminación o por la invasión del espacio privado), en la aicmofobia (miedo a los objetos puntiagudos como las agujas), en la agliofobia (miedo a experimentar alguna clase de dolor), en la amicofobia (miedo a arañarse o a ser arañado), en la albuminurofobia (miedo a tener alguna enfermedad renal), en la asimetrofobia (miedo a las cosas asimétricas), en la escatofobia (miedo a las heces o materia fecal), en la genufobia (miedo a las rodillas), en la hematofobia o hemofobia (miedo a la sangre), en la iofobia (miedo a los venenos), en la blenofobia (miedo a las cosas viscosas), en la dermatosiofobia (miedo a la piel y a sus enfermedades e irregularidades como las verrugas), y en la hipnofobia (miedo a quedarse dormido y/o a ser hipnotizado). Ante los abrumadores y contradictorios datos, el psicólogo dijo que era necesario mantener la calma y asegurarse bien antes de dar un diagnóstico definitivo, ya que comprobó que también era posible que padeciera levofobia (miedo a la parte izquierda del cuerpo o a las cosas que se encuentran a su izquierda) pero quizá también dextrofobia (miedo a la parte derecha del cuerpo o a las cosas que se encuentran a su derecha), automatonofobia (miedo a los muñecos de ventrílocuos, animales mecánicos, figuras de cera y en general a todo aquello que represente falsamente o de forma artificial a un ser vivo), araquibutirofobia (miedo a que la mantequilla de cacahuete o una sustancia parecida se pegue en el paladar) y/o itifalofobia (miedo a ver o tener el pene erecto). Aunque a él (al psicólogo) le preocupaba principalmente mis evidentes síntomas de miedo a las personas y a la sociedad en general (antropofobia), pero especialmente a los políticos (politicofobia), a los números (numerofobia) y a los mafiosos (oclofobia). Fue entonces cuando se detuvo, se quitó las gafas con parsimonioso abatimiento, y cabizbajo miró los papeles que tenía encima de la mesa como si fueran documentos que certificaran una ruinosa conclusión. Después de unos segundos pareció recobrar fuerzas para dirigirse a mí y, mirándome con pesarosa complicidad, me dijo: Lo que a usted le pasa, maldita sea el tiempo que nos ha tocado vivir, es que está hasta las mismísimas narices de todo. Y me recetó Adderall XR y que aprendiera a levantar barricadas.