¡Autor, autor!
Abandonad toda esperanza, salmo 295º
Existe una regla no escrita: la película que gana la Palma de Oro en Cannes se estrena, sí, pero tarde. A veces incluso cuando ya toca una nueva edición del festival. Este año, con El árbol de la vida, no ha ocurrido así, pero resulta que el film de Terrence Malick ya estuvo a punto de estrenarse en la pasada edición, donde a buen seguro ya habría triunfado, y al final no lo hizo porque este obsesivo cineasta quería arreglar un par de cosillas en el montaje. Por ello los distribuidores ya han tenido tiempo de hacerse a la idea de que la acabarían premiando y habría que estrenarla sí o sí.
Pero hoy no escribiré sobre este trabajo tan fascinante a la vez que irritable, del que no por pretencioso hay que considerar que no alcance sus pretensiones, pues merece un análisis más detallado del que puedo ofrecer aquí y ahora; quizás algún día vuelva sobre esta película que por comparación convierte al más majestuoso film de Stanley Kubrick que se les pueda ocurrir en una serie B de nulo alcance. Prefiero comentarles otras que pasaron por Cannes y que ahora se pasean por nuestros cines (pero poco, no vaya a ser que algún espectador se muera de una sobredosis de buen gusto) convirtiendo esta piel de toro en una sucursal a destiempo del festival. Empezaré por el antídoto perfecto para la ampulosidad de Malick: el cine de los hermanos Dardenne, que siempre que pasan por Cannes se llevan un premio importante: de hecho, con apenas seis películas han conseguido entrar en la breve nómina (por ahí andan Imamura, Coppola, Kusturica y un par más) de los que han ganado dos Palmas de Oro... aunque con El niño de la bicicleta se hayan tenido que conformar con el Gran Premio del Jurado. Los Dardenne son belgas que parecen franceses, y hacen un cine belga que parece francés; un cine intimista, costumbrista y social en el que ahora se permiten un par de concesiones -reclutar a una actriz reconocida como Cécile de France, que pese al apellido también es belga, así como usar música incidental- que tampoco es que los conviertan en el Michael Bay del cine de autor europeo. Y es que su último trabajo sigue siendo un relato delicado y emotivo, real como la vida misma, del estilo al que nos tienen acostumbrados.
Menos fortuna que los Dardenne tuvo Nanni Moretti, quizá por las expectativas que genera un proyecto como Habemus Papam en manos de alguien como él. Es verdad que lo de poner al frente de la comunidad cristiana a un Sumo Pontífice con una crisis existencial que ríete tú de la de Tony Soprano podría haber dado más juego, pero no detecto en el realizador italiano, Palma de Oro con La habitación del hijo, el conservadurismo y la domesticación que muchos han querido ver. Muy al contrario, y aunque los ateos la podrán disfrutar como una tragicomedia, deduzco que para los católicos una película donde su máxima autoridad corre profiriendo gritos tras un ataque de pánico se parecerá más a una peli de miedo de temática religiosa que la mismísima La profecía. Más todavía si ese Papa de mentira, un descomunal Michel Piccoli, acaba cayéndote mejor que Ratzinger Z. Puro cine de terror, pues, aunque para terror el que da Lars von Trier, algunas de sus películas y muchas de sus ruedas de prensa. Pero con este simpatizante de Hitler pasa como con Malick: se merece una columna para él solo. Y no será esta.
El niño de la bicicleta y Habemus Papam se proyectan en cines de toda España.