Bajo el sol cancerígeno de agosto veo crecer llagas en mis ojos cuando… (II de III)
te miro, oh, socorrista de piscina pública de barrio lamentablemente conservada debido a los problemas delictivoadministrativos de una política vejatoriamente bulímica e insultante.
Oh, salvavidas de sospechosos rasgos étnicos en precaria y eventual situación laboral pero bendecido por la gracia de los dioses de la juventud y la vitalidad y las modernas técnicas de depilación, que resplandeces como seis filetes de lomo adobado envuelto en bandeja transparente profiláctica bajo los rayos de un sol de humor cínico y anticonstitucional, con tu tatuaje de Chuck Norris en el bíceps derecho a modo de nostálgico poema catódico, todo tú un cuerpo que desprecia las fechas de caducidad y la leyes internacionales sobre conservantes y aditivos y colorantes y edulcorantes alimentarios, todo tú un organismo unicelular gigante que pasea alrededor de la piscina con su camiseta roja impresa por el lascivo medio de la serigrafía con el nombre del patrocinador local (una carnicería ecológica que produce chuletas a base de arrogante extracto de trabajadores de la construcción en paro), todo tú un encandilador escaparate de rezumante embutido de pueblo que al pasar junto a mi tumbona dejas en el aire un aroma a sulfitos y alérgenos y fermentaciones alcohólicas que transforma por completo el sentido de los emotivos textos de mi revista del corazón y lesiona mi vista con visiones antropofágicas de lujuria y pulposa mutua destrucción: ¿qué oscuros ritos profesó tu santa madre para ser premiada con cadenas de ADN ensartadas de perlas cultivadas en los vientres de moluscos ibicencos? Sí, yo sé que mi contrahecha figura en bañador recostada en pose que imita las fotos de Telva solamente es para ti un obstáculo a evitar, una cosa blancuzca embadurnada de leche solar de factor 50 de protección contra los rayos UVA y los truenos intrauterinos y que se cuece lenta y anodinamente en este ambiente recalentado de cazuela abollada que me asfixia la fantasía cual abrazo de un Eros exasperado y estéril. Sí, ya sé que fuimos expulsados del reino animal por los justicieros ejércitos de López Ibor y sus mártires apóstoles y caímos de culo en una ciénaga de moralidad productiva y cartesiana, pero si fueras capaz de sacar tus estrechas y simétricas nalgas de la burda prisión que tu tarea de guardería vacacional te impone, me secuestrarías rauda pero discretamente y me llevarías a la diminuta caseta donde guardas tu ropa de civil y el silbato colgandero y la silla de requemado plástico y la sombrilla a rayas azules y blancas y me darías una feroz lección de primeros auxilios, y yo sería Miss Piggy desmayada y tú mi dicharachera rana Gustavo, y yo sería tu Juana requeteloca y tú mi hermoso y fogoso Felipe, y yo sería tu aguileña Cleopatra y tú mi obnubilado Marco Antonio, y yo sería tu delirante Toro Sentado y tú mi castigador Buffalo Bill, y yo sería tu sibilina Yoko (o no) y tú mi nada pacífico John Lennon, y yo sería tu torpe peluquera Dalila y tú mi greñudo Sansón; y juntos volaríamos la caseta con un castillo de petulantes fuegos artificiales termodinámicos, y el fruto de mi vientre cubriría toda la superficie fotografiada por los satélites de google como una lluvia de amor bíblico que sería trending topic por los siglos de los siglos en las redes sociales de la envidia y la desvergüenza. Pero pasas junto a mí y te alejas a regañar a unos mocosuelos que chapotean sin control, y mi revista se cuartea y mi sudor se agrieta y mi saliva se agría y mi útero se seca como si la fosa de las Marianas fuera drenada por la mayor y más triste bomba de extracción que nadie pueda imaginar.