Baltasar me obligó, al límite del maltrato infantil, a sentarme en sus rodillas
Y cuando me dijeron que me acercara y Baltasar me agarró por el brazo para intentar sentarme en sus piernas me resistí, porque olía mal y tenía toda la cara sudorosa y se veía que era pintada y que el color negro se le estaba desplazando hacia abajo como unos pequeños iceberg de chocolate manoseado.
Y de cerca era bastante ridículo porque estaba indecentemente gordo, con unos mofletes culones y unas bolsas colgantes debajo de los ojos y de la barbilla, y yo no recordaba que Baltasar estuviera gordo; no por lo menos el año anterior. Y además se le veían todos los dientes amarillos y aquellos manchones grasosos fundiéndose sobre las mejillas y rodeando los sorprendentes ojos azules de mirada indecisa, y claro, no digo yo que no haya negros con los ojos azules, pero en Villena nunca había visto ninguno, y ver el primero en aquellas circunstancias me estaba sobrepasando; aunque se suponía que venía del lejano oriente, y quién sabe qué tipo de negros podía haber allí. Podía haberlos con ojos color magenta, ya que no era fácil para una niña de ocho años tener la información adecuada; lo que estaba viendo alimentaba todavía más mi pesimista confusión y mis sospechas de que algo en el mundo no iba bien. Y luego estaba el cuello, que estaba mal pintado y que dejaba ver una piel como la de los pollos enteros envasados en bandejas que había en el supermercado, y también los pelos blancos que asomaban por debajo de la evidente peluca negra rizada coronada con un turbante o gorro de telas que brillaban espléndidamente con esa falsedad de obra de teatro de colegio de barrio. [Abraza con fuerza la Barbie que tiene sobre sus rodillas y que es una perfecta y encantadora recreación de una mendiga con su abrigo ajado y sus mitones sucios y su suplicante cartel de Un Complemento De Verdad Por Amor De Louis Vuitton.] Pero Baltasar me agarró fuerte y casi me obligó, al límite del maltrato infantil, a sentarme en sus rodillas mientras no dejaba de sonreír animadamente, y yo pensé que quizá demasiado animadamente, porque el aliento le olía a vino y a tabaco y le brillaban los ojos azules de mirada desenfocada como si hubiera estado en el paraíso y todavía le duraran los efectos. Me pasó el brazo por los hombros y me preguntó que si había sido buena y qué quería que me dejara en mi casa por la noche, y recuerdo estar a punto de perder el conocimiento por la alta contaminación del aire que me llegaba. [Acaricia la rubia cabeza de su Barbie Mendiga.] Y las dos palabras me salieron espontáneamente, como una revelación, señoría: la verdad. [Tira con suavidad de las lindas coletitas de su Barbie Mendiga.] Baltasar palideció visiblemente a pesar del pastoso mejunje que se derretía sobre sus mejillas y me empujó groseramente hacia mi madre diciendo Ya No Está En Edad, Señora, Díganselo. [Mueve con dulzura el bracito de su Barbie Mendiga en inequívoco gesto de pedir una limosna.] Y ahora, que ya soy mayor de edad, solo pido una compensación por ocho años de engaños crueles e injustificados y por aquel día de infausto recuerdo: cárcel para mis padres por los mismos años; y el Ken Superdotado que nunca me trajeron los Reyes Magos aunque lo pedí tres años seguidos, siempre con la sucia y también mezquina mentira de que no existía.