Bárbara, 49 años
Estoy harta, sí, siempre pendiente de ti [saca cinco o seis pastillas azules de la botellita], pero sobre todo estoy enfadada. Contra la suerte o la providencia o lo que sea que reparte lo que somos, sí, estoy enfadada desde hace cuarenta y nueve años (suena a edad con descuento, como si mi vida fuera de saldo, ¿verdad?).
Ha llegado el momento de decirlo porque estoy al límite de mis fuerzas; o quizá al límite de mi bondad. Toda la vida Bárbara esto y Bárbara lo otro. Toda la vida pasando por el aro, quitando la mierda de otros y agachando la cabeza. Todos los días lavando, limpiando, cocinando, dejándome hacer eso que tú ya sabes, madre, sin rechistar y cuando a él le apetece. Siendo siempre buena y complaciente, diciendo a todo que sí y encima dando las gracias como una máquina de tabaco. Y ahora encima esto [saca seis o siete pastillas naranjas de otra botellita], tener que estar pendiente de ti todo el día. Y me duele todavía más por el hecho de que te quiero, de que estoy cansada pero te quiero, aunque tú nunca me quisiste. Solo cumplías con tu obligación de madre de forma diligente, como debía de ser. Siempre fuiste buena cumpliendo lo que se esperaba de ti, rellenando del color adecuado el hueco vacío que las reglas sociales dibujaban hipócritamente. Pero como eras simple [saca cinco o seis pastillas verdes de otra botellita], todo el mundo te estimaba. Todos hablaban intachablemente de tu espíritu limpio y sin doble fondo, de tu rostro llano y directo como una señal de tráfico. Y tengo que reconocer que de niña lo pasaba bien contigo, porque realmente nunca has tenido maldad, sencillamente es que no sabías querer a nadie, solo entendías de obligaciones y de normas. La clave estaba en no esperar nada que se saliera del guión. No esperar un beso, un reconocimiento o un regalo inútil y fuera de fecha. Más adelante descifré que tu mundo (inconscientemente quizá) estaba atornillado por cuatro máximas breves y resplandecientes: haz lo que se espera que hagas (y hazlo como si desearas hacerlo); no opines (opinar es sumamente complejo y desestabilizador); sé limpia (ser limpia es más fácil que ser realmente buena); deposita las cuestiones importantes y difíciles en las manos y designios de un ser superior (mucho mejor para dormir que una caja de Orfidal). Y ahora mírate, madre, postrada [saca seis o siete pastillas rojas de otra botellita], ausente de ti misma, obligándome a seguir queriéndote, forzando el poco amor que quizá me queda. ¿Y sabes por qué lo he hecho hasta hoy? Porque la parte más graciosa del chiste es que ahora sé que soy igual que tú, que siempre he sido igual que tú [mezcla todas las pastillas en la palma de la mano izquierda], como una copia cuya función es sustituir al original [coge un vaso de agua con la mano derecha] para que este pueda ser destruido. Dime, madre, ¿crees que el amor brilla en el vacío? ¿Qué te parece si lo dejamos todo a oscuras?