Cultura

Bocadillos de zarangollo

Aunque seguro que ya se lo han contado, los bocadillos de zarangollo que se expedían en la cantina de F.P. (permítanme la licencia) después del horario lectivo y antes de los ensayos de teatro fueron los que dieron nombre al grupo de teatro que ahora celebra su vigésimo aniversario. Yo ni siquiera lo viví, ¡qué edad creen que tengo!, pero me lo han contado. Éramos más jóvenes, teníamos más problemas (problemas reales, queridas personas, problemas personales, no problemas sociales o económicos o del tipo que asumimos tras la rendición juvenil y posterior abandono a la etapa adulta); y sobre todo teníamos ilusión, empeño, energía y unas infinitas ganas de vivir, unas ganas tan enormes que ningún banco o trabajo pensaba que podrían arrebatarnos. En fin, éramos jóvenes, y eso en sí tampoco justifica logro alguno.
Yo también tuve la suerte de pertenecer a los zarangolleros. Acababan de finalizar los ochenta y el grupo, sin premeditación, los cerró con la obra de Diosdado “Los ochenta son nuestros”. El carácter del grupo, donde acabábamos de sumarnos, se dejó ver desde el inicio: recurriendo por ejemplo a la interpretación de algunos personajes por dos actores o actrices que se iban alternando en cada representación. Lo importante era estar en el grupo, participar en el trabajo del grupo. Y, en ocasiones, lejos de otras ambiciones artísticas, asumiendo siempre la entrada de quien llamara a la puerta, sacrificando horas que se recompensaban con el ambiente en que se vivía, Zarangollo crecía. Y crecía no hacia la profesionalización –es un extraño modo de ver un crecimiento– sino hacia el desarrollo de su propia existencia. Lo importante, en un grupo tan cambiante como es uno que se circunscribe prácticamente a un centro de estudios, es continuar existiendo y no crean que es una tarea fácil. Por ello el trabajo de Andrés Gil es fundamental en todo este asunto, aunque no se puede obviar el apoyo y la asistencia del Instituto Navarro Santafé, del que todavía conservo no sé dónde una nota de agradecimiento por colaborar con aquella actividad extraescolar.

El caso es que tras veinte años, pese a nosotros mismos y las ausencias que hemos dejado, Zarangollo no sólo continúa adelante (y afortunadamente nutriéndose un año tras otro de nuevas incorporaciones) sino que levanta un texto del que ya hace mucho tiempo llevo oyendo hablar: Miles Gloriosus, un parto lento que al fin llega a escena. Un nuevo nacimiento, como es cualquier proyecto realizado, que cobra vida en quienes nos lo entregan y que alarga en la memoria del grupo a quienes tanto lo hemos querido y ya no estamos: (me permitirán la licencia y me perdonarán la torpe memoria) Ague, Mati, María José, Juan Fran, Miguel Ángel, Salva, Jose, Dori, Rulo, Puri… Una última ocurrencia: ¡Andrés, dónde está esa página Web donde dejar constancia de todos los momentos vividos!

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