Cultura

Brecht en la Atalaya

Decimos que Brecht vino para escandalizar con sus nuevas formas teatrales. Pero sus nuevas formas no respondían a otro motivo que el de la necesidad de nuevos modos que consiguieran lo que los viejos no alcanzaban.
Y no crean que al hablar de viejos modos me refiero a lo que se entendía como antiguos modos en su época, más bien al contrario, Bert volvió a los antiguos modos para sobrevivir a los viejos, es decir, que volvió a los parámetros aristotélicos –antiguos manuscritos– para salvarse del teatro burgués imperante en la época, de los melodramas –lo viejo–. El motivo que le llevó a buscar una nueva forma para un antiguo fondo: las relaciones humanas, no fue otro que la conquista de la realidad durante el acto teatral: el público no debe identificarse con el personaje central, ni con ningún otro, debe ver lo que se muestra ante él como algo donde puede tomar parte, donde puede juzgar a medida que va tomando datos de lo que ocurre en la escena, de las decisiones que toman los personajes.

Cuando la Atalaya puso en escena La ópera de tres centavos quienes conocíamos a la compañía pensamos en su buen hacer escénico y en el trabajo de investigación que realiza con su elenco, algo que no defraudó en exceso a quien asistió a la representación. Pero por otro lado, la compañía no abandonó la cadencia –así como el tempo-ritmo– que baña el resto de su repertorio. Y si bien el trabajo actoral fue impecable, no dejó de resentirse con ciertos tiempos no apropiados para el montaje propuesto, así como con ciertas formas en los movimientos que resultaron excesivamente puestos (colocados). Aunque lo peor de la maravilla que vimos el viernes fue sin lugar a dudas el problema de dicción que sufrió el elenco durante las partes cantadas de la ópera. Problemas que llevaron al patio de butacas a desconocer el movimiento de la trama, ya que Bert obligaba a los temas musicales a ser parte fundamental de sus montajes, puesto que en ellos transmitía su ideología a modo de moralina o frase de autor, extrayendo al personal de lo puramente teatral e identificante (en relación a los personajes) al utilizarlos como monólogos extra-textuales.

Pero si dejamos de lado todos estos matices, tendremos que reconocer la valía íntegra de un espectáculo donde no se descuida prácticamente nada: escenografías móviles y adaptadas, vestuario realista, personajes caricaturizados, música en directo y una propuesta textual que, mucho me temo, pese a su grandiosidad ya a pasado a la historia. Y quizás eso es lo que más me preocupa: que la reivindicación del “primero la comida, luego la moral”, hoy día nos queda demasiado lejos. Puede que necesitemos pasar más hambre (de lo que sea) para entender esta obra, así como muchos otros valores que necesitamos en la vida.

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