Breve manual para comprender la infamia
(Con motivo de la escalada de violencia en Oriente Medio y la intensificación de los bombardeos de Israel sobre la Franja de Gaza, recuperamos hoy esta columna, publicada en enero de 2009, que ofrece un breve repaso de la historia de este conflicto y del papel de las partes implicadas).
El Portal de Belén ha dejado de existir, derribado por un misil aire-tierra y machacado por un carro de combate. Para vengar las 4 muertes causadas en un año por los cohetes caseros de los terroristas de Hamás, el Pueblo Elegido ha asesinado en una semana a más de 700 personas, entre ellas civiles y niños. ¿Se imaginan que España, para vengar los asesinatos etarras, bombardeara los pueblos vascos gobernados por ANV?
Ser judío es como ser católico o budista o ateo, se trata de un ejercicio de libertad de conciencia que no te otorga soberanía sobre territorio alguno. Por ello resulta imposible justificar la ocupación de Palestina, por mucho que los fanáticos enarbolen la Biblia escrita por judíos subrayando que Palestina es su Tierra Prometida. Con la toma de Judá por los Babilonios (siglo VI a.C.) dio comienzo la Diáspora judía, es decir, la dispersión por el mundo de los practicantes de dicha religión, un proceso que continuó en el año 70 d.C., cuando el general romano Tito derrotó una revuelta judía y los perdedores se disgregaron por el Imperio.
Desde entonces, los judíos vivieron diseminados por el mundo, donde debido a su propia idiosincrasia religiosa y social se convirtieron en minorías cuya convivencia con sus vecinos fue por lo general difícil. De ahí que su historia esté marcada por el rechazo y las constantes persecuciones, expulsiones y demás acciones discriminatorias, desde los piadosos Reyes Católicos y su Santa Inquisición hasta los pogroms rusos. Durante la segunda mitad del siglo XIX se propuso remediar esta situación mediante la creación de un Estado judío, razón última de ser del Movimiento Sionista, que encontró en el Holocausto nazi el argumento perfecto para convencer al mundo de la necesidad de crear un Estado para el pueblo de Israel.
Fueron varias las alternativas propuestas, como la compra de una pequeña parte de Argentina (territorio inmenso, enormemente despoblado y con recursos naturales de sobra) o de Etiopía, uno de los primeros lugares donde arraigó el cristianismo primitivo, tan cercano a los postulados judíos. No obstante, y gracias a las presiones de EEUU, donde los lobbies judíos cada día tenían mayor fuerza, triunfaron las tesis sionistas: Israel volvería a la Tierra Prometida de Moisés. El 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó el Plan de Partición de Palestina en dos Estados, uno árabe y otro judío. El proyecto atribuyó a los árabes (73% de la población) el 46% del territorio, y a los judíos (27% restante) el 54%. El conflicto estaba servido.
Los árabes rechazaron la partición; a los judíos (respaldados por los dólares, aviones y tanques de la superpotencia) les faltó tiempo para proclamar la independencia del Estado de Israel (14-5-1948). Tal y como habían advertido, y en defensa de una tierra injustamente arrebatada, los Estados árabes vecinos Líbano, Siria, Jordania, Iraq y Egipto declararon la guerra a Israel, cuya superioridad militar le permitió ganar y ampliar en un 26% sus territorios. Desde entonces no han dejado de sucederse los conflictos, muchos soterrados, otros más conocidos, como la Guerra de Suez o la Guerra de los Seis Días (1967), durante la que Israel se anexionó la Franja de Gaza y Cisjordania, conocidas desde entonces como Territorios Ocupados. Pese a que la Resolución 242 de la ONU (22-11-1967) ordena a Israel la retirada de dichos territorios, el Pueblo Elegido (y sus amigos de EEUU) se han pasado el mandato de la ONU por el arco del triunfo, manteniendo una ocupación ilegal lanzada desde un país y un Estado nacidos del expolio y que son en sí mismos una ilegalidad flagrante, y todo ello realizado ¡faltaría más! a mayor gloria de Dios, Yahvé y Jehová y la madre que los parió.