Sociedad

Buceando entre buques de guerra hundidos: «Una experiencia increíble»

Como ya anunciábamos hace unos días, el ingeniero y fotógrafo villenense Juanjo Rodes viajó el pasado mes de febrero hasta el atolón de Truk (Micronesia), para investigar su fondo marino, donde yacen cientos de barcos japoneses hundidos en la II Guerra Mundial por el ejército de Estados Unidos. A la vuelta de su expedición nos ha remitido una crónica en la que nos cuenta en primera persona cómo ha sido esta experiencia.
“Esta vez hemos ido a investigar un poquillo por la laguna de Truk (Micronesia). Esta laguna originada por un atolón fue, por sus ideales condiciones geográficas, la mayor base japonesa del océano Pacífico.

Fue sencillo. Durante la Segunda Guerra Mundial dos aviones de reconocimiento americano se desviaron de su ruta y accidentalmente descubrieron algo que nunca pensaron se podía resguardar en este pequeño conjunto de islas. No sólo se toparon con más de 100 grandes buques de guerra, aprovisionamiento, tropas, etc., sino una base aérea, submarinos, hidroaviones… y, por supuesto, toda una infraestructura en mar y tierra para mantenimiento de todo el conjunto.

En sólo dos días, entre el 17 y 18 de febrero de 1944, en la operación “Hail Stone”, toda esta base fue convertida en nada y enviada al fondo del mar. Unos cien pecios, y muchos de ellos con una eslora superior a los 150 metros (un campo de fútbol son 100 metros de largo), yacen bajo sus aguas a profundidades de entre 0 y 200 metros.

Ha sido una experiencia muy increíble penetrar en ellos y poder grabarlos. No sólo son los cráneos que de vez en cuando nos saludaban, sino la sensación de recorrer puente de mando, sala de máquinas, bodega tras bodega… y cada una de ellas nos iba deparando sorpresas nuevas al ir encontrando: aviones, tanques, submarinos, y millones de objetos abandonados en apenas unas horas y tragados por el mar.

Los buceos han sido con circuito cerrado, dos diarios, una media de 90 minutos, y sin sobrepasar los 60 metros. No se utilizó “trimix”. Todo ha funcionado fenomenal, cámaras, baterías, focos, equipos, “rebreather”, además de que llevábamos al que mejor los repara de España.

Tuvimos un accidentillo con un compañero al que le “implosionó” una lámpara del techo de una bodega y le tuvieron que dar diez puntos en la mano. Lo malo fue que debido a la “deco” no podía salir del agua y daba algo de mal rollo ver una nube verde por la sangre entorno a él, y además infectado de tiburoncillos. Y es que dos días antes habíamos visto un tiburón tigre y eso no nos hacía mucha gracia. En fin anecdotillas.

La idea ahora es, tras la vuelta a la realidad, averiguar de nuevo cómo nos llamamos y a lo que nos dedicamos y aprovechar esas imágenes que ya van teniendo primos. Esta vez yo era “video sub” y las fotos acuáticas no son mías, son de mi compañero Unai. Las fotos de fuera de agua son de las vueltas que nos dábamos por el entorno de la isla para bajar el nitrógeno.

A los niños, en el momento en que nos veían, les llamábamos mucho la atención y se acercaban. La isla más habitada y donde está la capital es una calle asfaltada a parches con no más de dos filas de casas a ambos lados. No hay nada, ni turismo, y por supuesto nada de industria. Supongo que se mantienen de subvenciones de EE.UU. y Japón. La población, igual que hasta los 15 a 20 años se veía joven, delgada, luego se convierten en auténticos maoríes de ciento y pico kilos”.

Juanjo Rodes

Nota: Fotografías de Unai Olatu y Juanjo Rodes

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