Caballos salvajes
Abandonad toda esperanza, salmo 153º
Recurrir a la difícil situación política y económica que Argentina lleva padeciendo durante los últimos años -algunos dirán que lustros o incluso décadas, aunque como decían Bersuit los que transen sean otros- para explicar el surgimiento de nuevas voces en el ámbito de la novela negra autóctona puede parecer un recurso fácil, casi una tautología, pero no deja de ser un dato posiblemente revelador de unas cuantas verdades que no podían permanecer más tiempo en la penumbra.
Uno de estos nuevos nombres es el de Leonardo Oyola, flamante ganador en la pasada Semana Negra de Gijón del Premio Hammett ex aequo con el español Juan Ramón Biedma y su El imán y la brújula. El título del libro de Oyola, Chamamé, hace referencia a un baile propio de Corrientes, en el litoral argentino, pero también a algo realizado sin método alguno y de forma improvisada. Ese es el aroma que desprende esta novela vertiginosa, más deudora de Sam Peckinpah que de Raymond Chandler, aunque sin duda detrás de su apariencia hay un armazón vigoroso que la sustenta, porque no hay nada más difícil de conseguir en esto de urdir ficciones que lograr que todo parezca sencillo y natural. Y es que la de Oyola es una prosa veloz, hipnótica, que coge al lector por la garganta y no lo suelta hasta que ambos, autor y lector, llegan a su conclusión. Y al hablar de esta road fiction trepidante al ritmo de rock argentino y más caliente, en feliz descripción de Barry Gifford, que el asfalto de Georgia, lo de coger hay que entenderlo tal y como lo hacemos aquí... aunque si alguien lo aplica con las connotaciones sexuales de su uso argentino tampoco andaría muy desencaminado.
Pese a estar preñada de voces argentinas, la novela de Oyola se sigue con soltura y sin la sensación de tener que sortear escollos lingüísticos. Esta supuesta dificultad de partida no se da en Camino de ida, de Carlos Salem, un argentino de nacimiento pero madrileño de adopción (y, además, de los parajes más bohemios y gozosamente canallas de Malasaña) que evitando toda huella dialectal ha concebido un relato internacional que lleva a un español y a un argentino de Marrakech a Madrid, salpicando el periplo con ecos de otro tiempo, de cuando un individuo llamado Carlos Gardel no pasaba de ser una joven promesa en eso de cantar tangos. La suya es una de esas novelas que, a partir de situaciones dantescas que no pueden mirarse sino con sentido del humor, consigue contagiar una gran ternura por sus protagonistas.
Estamos pues ante dos ficciones espléndidas, nacidas de otras tantas personalísimas voces de la mejor nueva literatura universal, esa que está más allá de idiomas y de banderas; y que además nos llegan de la mano de una misma editorial, la madrileña y de reciente creación Salto de Página, de la que ya esperamos descubrimientos de nuevos valores tan rutilantes e indiscutibles como, recordando la película del también argentino Marcelo Piñeyro, estos dos caballos salvajes.
Chamamé y Camino de ida están editadas por Salto de Página.