Estación de Cercanías

Cabeza alta, bolsillos llenos

Qué dignidad. Qué porte acompasado y sin prisas, qué cadencia en el caminar que brota de algunos de nuestros políticos camino de los tribunales, sin prisas, sin ningún tipo de vergüenza, sin que ser llamados a presencia de un juez les suponga un mal trago. Les podemos ver tranquilos, con la cabeza bien alta, el portafolios bien amarrado, y la lección que les han dado sus abogado bien aprendidita y de memoria.
Cómo les envidio. Cómo envidio ese desparpajo en momentos que, para mí, y seguramente para muchos de ustedes, serían de verdadero apuro y sonrojo, porque así nos lo han enseñado en casa, porque todavía conservamos el rescoldo de esa autoridad que suponía para nuestros padres y sus padres un juez, o lo que es peor, el poder haber obrado en contra de las leyes, la indignidad de tener que dar la cara ante los hijos o los padres para excusar este trance. Al observar cómo para muchos de ellos no deja de ser un mero trámite sin mayores acaloramientos, se me antoja que ese respeto pasado por esta institución, ese enrojecimiento sólo al mentar la posibilidad de poder ser llamado ante ella, o bien era desmedido y propio de una sociedad que apenas llenaba universidades y si fábricas y campos, o ahora se ha desvirtuado de tal modo que ha dejado de infundir el respeto que creo, por bien de todos, le corresponde.

Y lo considero importante e imprescindible, porque creo en los límites que hacen que las cosas de ajusten a medida entre lo propio, el respeto a lo ajeno y lo compartido. Posiblemente esta tranquilidad que muestran camino de los juzgados venga dada por aquello de la presunción de inocencia, de la ausencia de manos en la masa, porque las masas y las sacas de billetes de 500 euros están seguramente a buen recaudo y las manos ejecutoras pues vaya usted a saber, son tantas las pringadas que se pierde la responsabilidad material entre infinidad de huellas digitales diferentes, entre tanto paraíso fiscal, entre tantos intereses y favores a amigotes.

Y así nos va, mientras unos se consumen esperando el trabajo que han perdido y no encuentran, y otros miramos a ambos lados cuando vamos a dejar por 5 minutos el coche en zona azul y creemos estar estafando el Banco de España cuando llamamos al seguro para que nos cambie el cristal que hemos rematado, los que deberían ser ejemplo de conducta desvirtúan el Poder Judicial convirtiéndolo en una institución a la que embestir con facilidad dejándonos un rastro de duda razonable, porque si ellos pueden hacerlo, por qué no podemos hacerlo todos. Bueno, la respuesta es sencilla: dinero.

Dinero que pague minutas de abogados que saquen argumentos de cada punto y aparte, que rasquen cada coma de la ley para resguardar a sus defendidos, regresando con ellos al punto de partida de la diferencia de escalón en el cual nos ha tocado vivir, porque no es lo mismo robar una barra de pan forzando a la dependienta –eso son 6 meses de condena– que esconder limpiamente y sin violencia miles de euros tras las paredes o en Suiza. Así que no me extraña que, ante este panorama, mi buena amiga Ramona, que nada tiene que ver con su rotundo nombre y sí mucho con la sensibilidad y la decencia de vida, me diga que ha dejado de ver los informativos por televisión porque día sí, día también, acaba llorando. Y no es para menos, porque a poco que tengamos la pared estomacal endurecida de tanto digerir basuras y podredumbres, sería la reacción más lógica ante lo que diariamente tenemos que ver y escuchar.

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