Estación de Cercanías

Cabezas tapadas

En estos últimos días ha saltado de nueva a la actualidad el tema del hiyab, o velo musulmán, que algunas mujeres de esta confesión llevan cubriendo su cabeza. La discusión que en este caso y en principio, se circunscribe al derecho o la conveniencia de lucir ese símbolo religioso en los colegios españoles, creo que en realidad es algo mucho más complicado que apunta directamente al rechazo que por otras religiones se tiene todavía y vas mas allá de la prohibición o el permiso de llevarlo.
Personalmente creo, que en primer lugar, nuestro país como sociedad moderna que queremos ser debería empezar a plantearse ser consecuente con su carta magna, y aceptar que desde 1978 “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”.

Esto es lo que dice el artículo 16, párrafo 3º, de la Constitución Española. Pero esto es lo contemplado y otra cosa bien distinta el trato de favor que desde todos y cada uno de los gobiernos que han pasado desde aquel lejano año se le ha concedido a la religión católica. Doctrina de la cual aceptamos sin más sus fiestas y de hecho la inmensa mayoría de nuestros días de descanso anuales se acogen a ellas. Religión que, curiosamente, hasta no hace mucho, vestía a sus sacerdotes con negras sotanas de cuello a pies que les daban una imagen verdaderamente aterradora, al igual que a sus monjas, negro y blanco de pies a cabeza. Vestiduras que estas mujeres que deciden por voluntad propia consagrar su vida a servir y amar a un hombre incorpóreo, encerradas en conventos, o no, acataban como propias.

Esta decisión vital, que anula en mucho sus posibilidades como mujer y les impide ser madres, esposas o amantes, no se ha tratado con igual escándalo porque socialmente aceptamos como buenas estas ropas sujetas a la religión prevalente oficiosamente, y porque algunos pueden considerar que servir a este dios es más digno que llevar la cabeza tapada por respeto a un profeta, un marido o un padre de carne y hueso. Es curioso como en tertulias sobre velo sí o velo no, siempre haya alguna tertuliana que ciñe el velo a la sumisión de la mujer musulmana y, lo que es peor, a su incapacidad para decidir, y yo, como mujer, levanto la mano a su favor, pues decidir profesar su religión desde la coherencia no es sinónimo de sumisión, incultura, dependencia o manipulación. ¿Que haberlas “haylas”? Pues seguramente, pero no muchas más de las que han decidido o deciden ser castas y renunciar a la maternidad y a la vida familiar.

Por eso lo que me planteo es si, realmente, lo que escuece a algunos, es el hecho de que en otras religiones sí contemplen sus preceptos al pie de la letra, mientras que la católica, con el fin de engordar sus listas, consienta conductas como las falsas novias de blanco como símbolo de la virginidad, por ejemplo. A mí no me molesta el hiyab, o por lo menos no me molesta más que las tocas católicas, las cabezas rapadas budistas o los rizos judíos, “peyés”, ni me ofenden ni me causan desazón, pues los considero costumbres o modelos que forman parte de un modo de entender la vida y de exponer públicamente creencias, y como tales las respeto y las acepto, siempre dentro del marco de la dignidad humana que por descontado está por encima de cualquiera de ellas porque, otra cosa muy distinta, es el Burka; eso sí es intolerable, como lo son todos los extremos que se convierten en fanatismos.

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