Cada gesto o titubeo de usted será para él como un informe sobre su naturaleza
Antes de que usted cruce esa puerta para entrevistarlo y conseguir su testimonio, tiene que saber que él lo va a poner a prueba, que lo va a someter a un examen profundo, y que usted ni se va a dar cuenta ni va a poder evitarlo. [Está sentado en un sillón de directivo tras una lujosa mesa de oficina solamente ocupada por un teléfono fijo y un ordenador portátil. Viste de impecable traje gris antracita. Parece relajado, pero no es fácil saberlo.]
Él propiciará una breve conversación informal, aparentemente por cortesía. No se engañe. Le estará examinando. Es un maestro. Cada respuesta o gesto o titubeo de usted será para él como un informe sobre su naturaleza. Olvídese de las frases tópicas o de las explicaciones extemporáneas o de las expresiones rebuscadas para conseguir un efecto. Le pillará. Y tampoco es buena idea no llevar corbata. [Abre un cajón del escritorio y saca una corbata. Se la lanza sin dejar de hablarle, como si fuera un subalterno suyo el que ejecuta el gesto. La corbata cae sobre la barriga del interlocutor.] Él valora la sinceridad, pero no como una decisión, sino como una cualidad preconsciente. [El interlocutor deja su maletín en el suelo, pegado a su silla, y empieza a colocarse la corbata.] No se plantee que va a ser sincero, porque en el mismo instante en que usted se lo plantee ya estará alterando los códigos, y él lo notará. [Abre otro cajón y saca una maquinilla de afeitar eléctrica. La lanza deslizándola por la mesa, y la maquinilla queda cerca del borde opuesto.] Y aféitese. Comprenda que hay unos límites. Es como el asunto de la amabilidad. [El interlocutor termina de colocarse la corbata. Coge la maquinilla, la acciona y la pasa por su cara con cierta perplejidad.] Él detectará si usted se inclina hacía la adulación. Aunque usted piense que lo está haciendo de la forma más sutil e inteligente, él lo notará, y estará usted perdido. Se habrá acabado. Y sin saber cómo se encontrará usted en la puerta siendo despedido de forma impecablemente protocolaria, pero sin su testimonio. Se sentirá incluso privilegiado por la forma en que le dará la patada en el culo, créame. Usted no puede engañarle. No tiene que mostrarse natural: tiene que ser natural. Y también está el asunto del interés. Usted está interesado en su testimonio, porque usted es un periodista y lo que quiere -y no digo que sea moralmente cuestionable; es su trabajo- es conseguir su historia para llenar una columna de su periódico y todo eso, pero la franqueza de su interés es importante. No puede planear que va a demostrarle que le importa su historia. Si se esfuerza, él lo notará. Y estará perdido. Él no prejuzga sus objetivos, pero tiene que saber que él verá la verdadera sustancia de los motivos más recónditos que hay dentro de usted y percibirá en ellos cosas que usted ni siquiera puede imaginarse. Y si ve alguna sombra, usted habrá fracasado. Cest fini. El nudo de la corbata, lo tiene torcido. [Se levanta.] Y ahora, ¿está preparado? Cruce esa puerta y recuerde lo que le he dicho. [El interlocutor se levanta vacilante.] A veces da un poco de miedo, pero es un buen hombre. Entre con confianza, no piense, sea usted mismo. Pero no entre con la maquinilla de afeitar. Y se olvida de su maletín.