Cambio y corto… con todo
En este mes que inicia un año con todos los interrogantes posibles, con los últimos coletazos de los villancicos que van evaporando la navidad y con un tiempo invernal que nos lleva al recogimiento, me propongo cambiar de vida. Es decir, y más concretamente, me propongo cambiar mi vida.
Me pasa todos los inicios de año. Sólo que este año voy a hacerlo a lo grande: será el cambiazo. Y no me refiero a siliconar varias partes de mi cuerpo, a vivir más tiempo en el gimnasio que en mi casa. Ni siquiera a cambiar a mi fisioterapeuta por otro que me coloque, por fin, las vértebras en su sitio.
El pasado enero intenté imaginar un mundo mejor y me propuse con toda celeridad cambiar el viejo coche, la asistenta que no complacía mis necesidades y hasta el color de las paredes que me recordaban que todo permanecía igual desde hace tiempo. Luché por el cambio, quería renovar por dentro y por fuera unas apariencias que traicionaban la evolución hacía el éxito que nunca llega. Tantas cosas en una lista incontable que borraba al paso de cada intento, de cada paso que daba para conseguir mis objetivos.
Sin darme cuenta anotaba cosas que no se podían cambiar, como dejar de fumar (que yo no fumo, me recordaba), ni armonizar mi interior o pacificar mi exterior y otras cosas de la gran mayoría que no eran necesarias aplicarme, pero las incorporaba como una penitencia impuesta. Quise renovar mi vestuario con el afán de presumir de posición acomodada, iniciar nuevas amistades por sentirme más y más cambiar por cambiar y seguir el camino de la perfección. Convertir mi vida en la de otra persona, un modelo al que cuesta llegar.
Pero como el tiempo lo cura todo y como menos deja las cosas en su sitio. Con tanto intento de triunfar, quedé exhausta, me rendí a la primera de cambio y me dejé arrastrar por los meses posteriores hasta un fin de año con ganas de acabar con esta farsa que me propuse yo misma. Tuve pequeños cambios que en realidad no mejoraron mi vida y en ese afán de ser la primera en mis citas, en sonreír a boca llena con los nuevos amigos que en nada se asemejaban a mis verdaderos amigos y tener mi cuerpo a punto para demostrar a los demás que se puede cambiar. Llegué a comprender a todas esas famosas que venden su vida privada a cambio de estar en la ola de la popularidad. Cuantas veces me pregunté ¿vale la pena? y mi subconsciente se revelaba para que cesara mi propuesta.
En definitiva, que así, entre querer cambiar y escuchar mi pensamientos, se me echaron encima las navidades y otro año llega con nuevos propósitos. Pero ahora lo tengo claro: este año, en efecto, voy a dar un giro a mi vida; este año, para lograr el cambiazo del que al principio escribía, no voy a cambiar nada de nada. O sea, que no me planteo ningún objetivo nuevo; permitiré que todo siga como hace años. Con un poco de suerte, y gracias a dejar de pelearme con mi destino, las cosas cambiarán por sí solas si tienen que cambiar, y si no, seguiré dando gracias al cielo por cada día que amanece por muy oscuro que sea. Que si mi vida necesita de cambios sea por su naturaleza, y no imponga ni quiera forzar el destino de ser yo misma.