Cultura

Carnaval villenense

Pensaba yo el otro día, con perdón, en la disposición del Carnaval (como consecuencia de la Semana Santa) en el calendario. Ni siquiera para planificar una pequeña escapada. Paseaba y pensaba, que es un decir. Bueno, pensaba como todos los años en el incordio que supone que no se ciñan a unas fechas exactas. Y pensaba en lo curioso que resultaba que la Iglesia insistiera en ajustarse al calendario lunar, pese a las incomodidades que procura al mundo laboral y escolar. De algún modo me gusta que sea así: que la luna mande. Que el reloj del Universo se inmiscuya en nuestras vidas.
Es algo así como lo contrario a la celebración del Ecuador Festero, al que no le importa lo que diga la luna ni lo que diga la Iglesia ni lo que tercien la tradición ancestral. Porque si tal día hacen medio año nuestras Fiestas, se celebra el Ecuador, y el Carnaval bien se hace la semana de antes o la de después (daría lo que fuera porque el medio año coincidiera con la Semana Santa, por ver lo que pasaba más que nada). Pues eso, que así las gentes de Villena año sí, año también, podemos disfrutar del Carnaval dos semanas consecutivas: una en la ciudad y otra en cualquier otro sitio. Aunque resulte raro explicarle al señor S. el motivo de que toda esa gente que sale en la tele esté disfrazada y él haya guardado su disfraz de pirata la semana anterior. Esto es así: ni luna ni leches.

No me extraña entonces que siempre andemos con el Carnaval que andamos –ni restar importancia, más bien al contrario, agradeciendo de corazón, a todas esas personas que contribuyen a que la mascarada siga viva con dignidad–. Pero es que cuando las autoridades menosprecian una festividad, ésta tiene obligatoriamente que verse afectada. Y se menosprecia, no me digan que no. Incluso alguien con mi escepticismo entiende que el cambio de fecha desvirtúa esa cuenta atrás llena de vigilias y actos que le dan sentido al Carnaval. Resulta como cuando la Peña Taurina en su entrevista radiofónica dice que tiene derecho a organizar una novillada y no comprende que se lo niegue otra gente porque tiene otros gustos. Sería gordo si fuera así, ser ninguneado por tener gustos distintos. Yo sería el primero en dar un paso adelante. Pero la cosa no es cuestión de gustos sino de ética. Y esa ética contempla no disfrutar con el sufrimiento de otro ser vivo.

Volviendo al asunto. Intento dejar a un lado lo fascinante que me resulta “obligar” a millones de personas en el mundo a guiarse por el calendario lunar, y entonces pienso que quizás tenga razón la Junta Central de Fiestas y las fechas de Pascua deban concretar su lugar fijo en el calendario.

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