Carta de un Policía a su hijo
Sí, hijo mío, soy Policía, mi trabajo es muy modesto tú lo sabes y apenas nos da para vivir, pero dentro de su modestia tiene muchas satisfacciones. Somos los malos de la sociedad que tanto nos necesita y tan mal nos paga, pero créeme, hijo, da gusto servir a los demás y nos sentimos importantes cuando salvamos una vida, protegemos un inocente o detenemos un criminal; éstas son satisfacciones que en otro trabajo no se tienen. Nuestra profesión es a veces ingrata y nos arrojan piedras o insultos cuando cumplimos con nuestro deber, porque todos quisieran que la ley se cumpliera sólo para los demás y no para ellos.
La gente nos humilla cuando nos frece una dádiva para que no cumplamos con nuestro deber y si la aceptáramos nos dirían deshonestos. Tú sabes, hijo, que cuando salgo de la casa no sé si volveré a verte porque nuestro trabajo es de riesgo constante en donde va de por medio la vida misma.
Así es, a veces tenemos que morir defendiendo la vida y la propiedad ajena mientras tú me esperas inútilmente para darme ese beso que a diario me das de bienvenida y entonces, hijo, me duele decirlo, ya no volverás a verme porque habré entregado mi vida por esta ingrata sociedad que tanto nos exige y nada nos da, y ni siquiera es capaz de pedir que nos den un sueldo decoroso para que tú y todos los hijos de los Policías puedan estudiar una carrera en la que puedas servir como yo a los demás, si a veces no te veo es porque en este ingrato pero emocionante trabajo no tenemos horario.
Es cierto, trabajamos ocho horas, pero sólo cuando se puede, pues a veces por necesidad del servicio nos doblamos en horario de trabajo. Lo siento hijo, nosotros nunca decimos que no cuando sabemos que otros nos necesitan para su seguridad, porque es cierto que cuando la sociedad descansa o duerme nosotros estamos de pie vigilando. Cuando quisiera poder estar a tu lado vigilando tu sueño, mirándote crecer, sonriendo contigo, pero confórmate con verme de vez en cuando.
De todas formas yo estoy contigo, pensando en ti, porque nunca te olvido. Ahora yo también estudio para ser mejor Policía y eso también me impide verte más tiempo. Perdóname hijo, me gusta ser Policía y lucho como mis compañeros porque tú y otros niños jóvenes y adultos puedan desarrollarse con seguridad y puedan caminar por las calles y llegar a la escuela libres de sobresaltos y de miedo, porque para eso estoy aquí y por eso soy Policía, no importa que todos nos ataquen y que la gente nos acuse por no dejarnos golpear, robar, o matar.
Si tú supieras, hijo, con qué clase de gente nos enfrentamos diariamente drogadictos, borrachos, asesinos, influyentes, todos ellos irrespetuosos y agresivos y nosotros tenemos que tratarlos como si fueran gente decente; de veras, esto es lo que más nos lastima, que no sepan o no se den cuenta de que nosotros también somos seres humanos y que nos duelen los insultos y las agresiones y que crean que estamos obligados a aguantar todo porque somos Policías olvidados de Dios.
Hijo, quiero que comprendas y que sepas que porque soy Policía no puedo atenderte como te mereces ni darte todo lo que necesitas; sólo puedo darte como herencia mi honor, mi orgullo y mi dignidad de hombre. Te abrazo con mucho cariño.
Nota de Dirección: La elección de las fotografías es únicamente responsabilidad de la dirección de EPDV, no del autor de esta carta, aunque ahora, con 300 lecturas, creemos que es demasiado tarde para cambiar. Lamentamos no haber sabido captar la esencia del escrito.