Casualidades de la vida
Abandonad toda esperanza, salmo 76º
El otro día, a partir de un comentario de un compañero de trabajo, me acordaba de unas amigas a las que llevo años sin ver. Un par de jornadas después, en plena visita a la Alhambra granadina, me encontraba en el punto más alto de los palacios nazaríes con una de estas compañeras de estudios; concretamente, con la que estaba más tiempo sin hablar... probablemente unos ocho o nueve años. Era la primera vez que ambos íbamos a Granada.
Y como esta casualidad he vivido varias en los últimos días, pero no les aburriré con relatos que solo resultan interesantes para aquel que los experimenta en primera persona, atónito ante la materialización de hechos con, teóricamente, pocas posibilidades de producirse.
Y es que las casualidades existen. Paul Auster lo sabe muy bien: ha construido a partir de la idea del azar toda una obra literaria en la que conjuga con aparente naturalidad el gusto por narrar propio de autores clásicos como Dickens o Stevenson (en una columna anterior llamamos a Auster "el Tusitala de Brooklyn", recordando al autor de La isla del tesoro) con mecanismos narrativos más propios de eso que se ha venido a llamar, a falta de mejor nombre, la postmodernidad.
La última entrega de esta compacta bibliografía es Viajes por el Scriptorium, a la postre el libro más autorreferencial de su autor (que ya es decir): el protagonista, un anciano amnésico que no recuerda quién es ni mucho menos cómo ha ido a parar a la habitación en la que se encuentra, se revela enseguida como un alter ego del propio escritor, que como si de un Mr. Scrooge de la era postmoderna se tratase, recibe las visitas de los fantasmas de su creación pasada, entre los que no puede faltar el Quinn de la Trilogía de Nueva York (todavía hoy su obra maestra incontestable).
Ni que decir tiene que Auster no inventa aquí nada nuevo: sin ir más lejos Unamuno, con su célebre concepción de la nivola, ya habían enfrentado al creador con sus hijos ficticios. Pero lo que no se le puede negar al escritor neoyorquino es su capacidad para atraer irremediablemente la atención del lector sea cual sea el argumento o los personajes de sus libros.
Pese a ello, el otro día me comentaba un buen amigo, austeriano de pro, que el autor de Brooklyn follies está pasando por una depresión creativa que le ha llevado a plantearse no volver a escribir más. No es de extrañar por tanto que para esta nueva entrega de su particular universo se haya decantado por mirarse un poco el ombligo y tratar de exorcizar algunos demonios interiores, aunque sean de mentira. Y es que como se suele decir, a veces para seguir adelante hay que romper con todo lo anterior y empezar de cero.
No sé ustedes, pero yo estoy deseando que Auster cambie de parecer y vuelva a publicar una nueva novela.
Viajes por el Scriptorium y el resto de libros de Paul Auster están editados por Anagrama.