Hasta el próximo 29 de junio podemos ver, en la sala de exposiciones de la Casa de la Cultura, la exposición de Tomás Navarro y Antonio Ruiz Chispes, dos artistas plásticos cuya trayectoria va unida, a pesar de que aparentemente su obra poco tiene que ver.
Hacía doce años que no teníamos la oportunidad de ver una colección completa de obras de estos dos pintores y desde entonces, no podemos decir que haya llovido mucho pero oportunidades de hacerlo ha habido más que suficientes. Algunos pueden pensar que si hemos tardado doce años en ver obra continuada de Tomás Navarro y de Chispes es porque no se dedican de lleno a la pintura, no es la primera vez que oigo decir que se trata de dos pintores ocasionales, vocacionales que dirían algunos. Sin embargo, si no les conociéramos, si no conviviéramos con ellos todos los días, nadie se atrevería a decir, tras haber dado una vuelta por la exposición, que se trata de dos pintores vocacionales.
Más bien lo contrario, si hay algo que se traduce de manera más que palpable a la observación de las obras, es precisamente el oficio de ambos, la madurez en el manejo de las diferentes técnicas de expresión pictórica para moverse con comodidad dentro del lienzo. Pero la pintura no es sólo técnica y dedicación: ya puedes pasarte jornadas y jornadas completas delante del lienzo que como no seas capaz de transmitir emoción a quien observa la obra, nada de tu esfuerzo habrá servido para algo. No obstante, la exposición que nos presentan estos dos pintores forma parte de un todo, de una manera concreta de vivir y de convivir con la expresión plástica. La creación envuelve de manera privilegiada y cotidiana la vida de Tomás Navarro y de Chispes, en definitiva esta muestra no es más que un elemento creativo más de cuantos practican habitualmente, desde el diseño gráfico hasta las miniaturas de plastilina, la arquitectura, la decoración, la escritura o la risa. Tanto Chispes como Tomás siempre andan liados con algo relacionado con la creación o la producción artística, ya sea organizando una exposición colectiva o produciendo la exposición de algún amigo, diseñando un mural o una vidriera o maquetando un catálogo.
Lo que podemos contemplar durante estos días en la Casa de la Cultura podríamos denominarlo de una presentación de conclusiones, de una muestra que viene a resolver, o a poner encima de la mesa su proceso creativo. Aparentemente, si nos dejamos llevar única y exclusivamente por la memoria, por lo que recordamos de haber visto otras veces, podríamos caer en el error de llegar a pensar que nos encontramos ante una obra poco evolucionada frente a lo que han presentado en otras muestras. Recomendaría entonces, si se tiene esta sensación, consultar el catálogo de la exposición Musas y Ventanas del año 1996, o incluso el catálogo 10, perteneciente a una exposición colectiva del año 2006. Seguramente nos daremos cuenta de cómo nos traiciona la memoria, porque aparentemente la figura, la composición, podría parecer la misma, pero no lo es.
Resultaría saludable que trascendiéramos de la observación de la figura concreta, que no tratáramos de hacer una lectura literal y/o lineal de las obras, para llegar a un mayor acercamiento en las mismas. No centremos demasiado nuestra atención en la figura de las tres gracias, adentrémonos en el cuadro, respiremos su color, admiremos la composición, hagamos el ejercicio de llevarnos el cuadro a la calle colgado de nuestra mente.
Tampoco tratemos de encontrar una lectura coherente en cualquiera de las obras de Tomás Navarro, no busquemos espectadores ni actores debajo de los telones teatrales, que no los hay. Sin embargo, probemos a disfrutar del espacio teatral ambiguo, respiremos cada plano, cada superposición espacial, es ahí donde encontraremos probablemente el centro de la obra. Pero no debemos olvidar que en el momento nos detenemos ante una obra de arte, en el momento comenzamos a captar la capacidad del creador de transmitirnos sus sentimientos y emociones, la obra empieza a ser nuestra.
