Cine y vida
Abandonad toda esperanza, salmo 325º
El Aula de Cine de la Universidad de Alicante ha vuelto a cambiar de manos: se fundó en 1997, y por aquel entonces lo coordinaba José Luis Martínez Meseguer, al que traté poco pero gracias al cual conocí personalmente a algunos de los críticos de cine que consideraba (y considero) de cabecera. Posteriormente le sustituiría Israel Gil, que hasta muy recientemente ha venido ejerciendo de chico para todo: coordinaba los ciclos, organizaba las proyecciones, catalogaba la Filmoteca de la Universidad, redactaba textos, daba charlas, hacía fotocopias, contrataba a los presentadores de los pases -entre los que me conté en más de una ocasión-, e imagino que no nos hacía un café porque no se lo pedíamos. Ahora, por razones burocráticas que se me escapan, Israel, del que puedo presumir que nos une un vínculo de amistad forjado gracias a nuestro amor común por el cine, deja de coordinar este organismo. Para estar a su altura no lo tendrá fácil su sustituto, Raúl García Sáenz de Urturi, aunque por lo poco que lo conozco se me antoja un tipo sensato, formal (como John Wayne, no como Loquillo) y que también sabe un rato de cine... Requisito este que, de momento, han cumplido todos los coordinadores, algo de extrañar en estos tiempos de puestos concedidos a dedo y donde parece que cuanto menos se sepa de lo que hay que manejar, mejor.
Israel no se pudo despedir de mejor manera, pues el ciclo que coincidió con su marcha estuvo dedicado al maestro Luis Buñuel; concretamente a su última etapa, la francesa, en su día muy laureada y hoy peor considerada en beneficio de algunas de sus producciones mexicanas, muchas de ellas reivindicadas ahora como las obras maestras que verdaderamente son. Un servidor fue invitado a presentar un par de títulos, El discreto encanto de la burguesía y El fantasma de la libertad, ejemplos de un Buñuel tan desatadamente surrealista como no se veía desde sus comienzos con las míticas Un perro andaluz y La Edad de Oro. A la hora de preparar mi exposición, constaté lo que ya sabía: que por muchos libros sobre Buñuel que se puedan consultar, al que de verdad es inevitable recurrir es a sus memorias, Mi último suspiro, aparecido precisamente en Francia en 1982 y luego traducido al español... para después reeditarse de continuo hasta nuestros días como clásico literario que es. Y no me refiero solamente a libros sobre cine.
Lo cortés no quita lo valiente, y es de dominio público que el director de Viridiana no lo escribió de su puño y letra, sino que a partir de sus recuerdos dejó que lo hiciera su más íntimo colaborador en aquellos últimos años. Así lo especifica el cineasta aragonés: "Yo no soy hombre de pluma. Tras largas conversaciones, Jean-Claude Carrière, fiel a cuanto yo le conté, me ayudó a escribir este libro". Por tanto, se me antoja que un complemento perfecto a aquel Mi último suspiro es el recientemente aparecido Para matar el recuerdo, otro estupendo volumen autobiográfico, esta vez del propio Carrière. En sus páginas, y como especifica el subtítulo de Memorias españolas, los lectores somos testigos privilegiados de cómo nos ve este guionista francés que ha colaborado con otros grandes cineastas como Louis Malle, Volker Schlöndorff o Milos Forman. Eso sí, y era algo inevitable: el gran protagonista del libro es de nuevo Buñuel, al que Carrière convierte así, humildemente, en el otro gran protagonista de su vida aparte de él mismo. Una lección de cine y de vida.
Mi último suspiro y Para matar el recuerdo están editados por DeBolsillo y Lumen respectivamente.