Por muy excepcional que haya resultado ser el 2020, servidor quería empezar el 2021 como lo empieza siempre cada primer día del nuevo año: viendo y leyendo clásicos. Pero en esta ocasión no recurrí a un título de entre esos que siempre se tienen pendientes, sino que elegí una revisión dado que la película la iba a ver en compañía de mi hijo mayor y quería jugar sobre seguro. Por ello pensé que un cineasta ideal de entre los del Hollywood clásico era el gran Howard Hawks, y la seleccionada fue Río Bravo. Podría haberme decantado por otro western tan excelso como el anterior Río rojo, o alguno de los posteriores El Dorado y Río Lobo, que no son sino variaciones de la misma historia contada en la cinta finalmente elegida. Pero opté por esta, además de porque la considero mi película del Oeste preferida de entre las suyas (y soy consciente de que no resulta nada fácil quedarse con solamente una), porque me parece la más luminosa de todas ellas siendo las siguientes propuestas bastante más crepusculares y descreídas.
No llevo la cuenta de cuántas veces he visto ya Río Bravo, aunque seguro que menos de las que la ha visto Quentin Tarantino, que en alguna ocasión la ha señalado como su película favorita y que llegó a decir en una de las primeras entrevistas que concedió en su vida, siendo joven y soltero, que cuando iba en serio con una chica siempre se la ponía en vídeo y que más valía que le gustase si ella pretendía que la cosa fuese en serio. Yo ya no me veo en esa tesitura -Tarantino tampoco-, y tenía claro que a mi primogénito no lo iba a echar a la calle si finalmente no le gustaba, pero es que tampoco se habría dado el caso. Y es que Hawks es, salvo muy contadas excepciones, una opción infalible; y Río Bravo no es ni mucho menos una de esas contadas excepciones. La historia de amistad entre el sheriff encarnado por un estupendo John Wayne y su ayudante alcohólico al que da vida un Dean Martin que jamás estuvo tan bien como aquí es uno de los mejores reflejos que ha tenido la amistad (masculina) en la gran pantalla, y qué duda cabe que ha influido en numerosos filmes posteriores (sin ir más lejos, cuánto le debe el vínculo cuasi homoerótico entre Leonardo DiCaprio y Brad Pitt en Érase una vez en... Hollywood, del mismo Tarantino). Pero es que además cuenta con un carismático Ricky Nelson, un divertido Walter Brennan y una deslumbrante Angie Dickinson, cuya personalidad y belleza logran insuflar vida a un personaje que podría haberse quedado en una mera concesión narrativa que introdujese en el relato un elemento fundamental para la taquilla de la época como el romance... heterosexual y convencional, se entiende. Si a esto se le une un guion repleto de diálogos aparentemente sencillos y que brotan con figurada naturalidad pero que están repletos de información soterrada sobre quienes los pronuncian tanto como sobre aquello que pronuncian, y todo ello se armoniza bajo la batuta de un director de orquesta de oficio impecable, el resultado es una de las películas más brillantes y redondas del género cinematográfico por excelencia.
En cuanto a mis lecturas, sí que traté de apartarme de elecciones más trilladas y dejé a un lado narrativa y cómic para optar por un par de libros ilustrados que, eso sí, debían corresponder a figuras ya consolidadas de la literatura clásica de todos los tiempos. Y dado que últimamente ya había leído o releído el Poema de Gilgamesh y la Odisea de Homero, no se me ocurrió nadie más clásico que Esopo, el escritor griego del siglo VI antes de Cristo. Así pues, me dispuse a disfrutar de sus muy populares fábulas, esas que han pasado de generación en generación por transmisión oral y de las cuales un gran número forman parte ya del acervo cultural de muchas sociedades occidentales: historias breves -apenas ocupan un único párrafo-, protagonizadas por animales capaces de razonar y hablar, y que culminan en una moraleja que lleva al lector a reflexionar sobre los vicios y virtudes de sí mismo y sus semejantes.
Pero lejos de leerlas de cualquier manera, desde hace unos días lo vengo haciendo en la impecable edición que vio la luz el año pasado con una nueva traducción directa del griego y el latín a cargo de Pedro Bádenas de la Peña y acompañadas de las ilustraciones de la versión clásica inglesa de Arthur Rackham, quien tras haberse aproximado con enorme éxito a otros relatos propios del territorio de la literatura infantil y juvenil de todos los tiempos (como los cuentos de los hermanos Grimm, Peter Pan de J. M. Barrie y Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll), se dedicó a materializar las narraciones del fabulista más célebre de la Antigüedad en casi un centenar de ilustraciones, quince de ellas en color, inéditas en el mercado bibliográfico español hasta la fecha. En resumidas cuentas: la publicación de estas Fábulas de Esopo ilustradas por Rackham son todo un acontecimiento cultural, uno más de a los que nos tiene acostumbrados una editorial de línea y acabado tan exquisitos como Reino de Cordelia.
Otra editorial meticulosa y digna de todos los elogios es Impedimenta, que además de la muy interesante narrativa que publica regularmente suele descolgarse con algunos libros ilustrados para lectores de todas las edades. Una de las últimas maravillas que han editado es ¡Qué absurdo!, una suerte de biografía resumida pero deliciosa del gran Edward Gorey. En efecto, la escritora de obras infantiles Lori Mortensen y la ilustradora Chloe Bristol -convenientemente influida por la obra del propio homenajeado- nos ofrecen un recorrido por la vida y las creaciones, múltiples seudónimos incluidos, de quien pasase a la historia como el principal culpable por igual (quizás con un 50 % de responsabilidad compartida con ese otro genio brillante y temible llamado Roald Dahl) de divertir a numerosas generaciones de niños a los que no se les trataba como a estúpidos y de traumatizar a sus correspondientes padres melindrosos.
De esta forma, Mortensen y Bristol mantienen vivo el legado del autor de El curioso sofá, y permitirán descubrir a los lectores más jóvenes (y también a algún que otro adulto despistado, de paso) de dónde vienen las fantasías góticas posteriores y para todas las edades de creadores como Tim Burton o Neil Gaiman. En resumidas cuentas: un verdadero deleite para la vista y el alma, que resucita el interés por el particular universo humorístico y macabro de Edward Gorey, y que resulta una estupenda forma de iniciar un año que de momento está siendo tan temible como el anterior y, desde luego, mucho más terrorífico que las simpáticas criaturas de este amante de lo peculiar.
Río Bravo está disponible para compra y alquiler en Google Play y Apple TV; Fábulas de Esopo y ¡Qué absurdo! están editados por Reino de Cordelia e Impedimenta respectivamente.