Como joya de la colección tengo el puñal con el que Bruto mató a Cayo Julio César
Colecciono todo tipo de objetos afilados y/o punzantes, como por ejemplo cuchillos, punzones, lanzas, flechas, hachas, bisturís, hoces, espadas, tijeras, bayonetas, guillotinas, etc. Sé que no parece una afición muy lógica para una señora que solamente se dedica a su casa y su familia, pero es una devoción que siento desde pequeña.
En mis primeros recuerdos de la infancia me veo robándole a mi abuela las agujas de tejer y a mi madre algún broche de esos con alfiler y a mi padre los abrecartas del despacho. Por entonces guardaba mis adquisiciones en una caja enterrada en el jardín de nuestra villa palaciega, aunque nunca me privaba de llevar encima un estilete o una navaja de afeitar. Como ahora soy un ama de casa muy ordenada y me gusta tenerlo todo perfectamente controlado, guardo mi tesoro en el enorme sótano de nuestra mansión, en numerosas y bonitas vitrinas que tengo dispuestas por épocas y culturas e iluminadas con atractivas luces que resaltan sus peculiaridades y provocan brillos fascinadores y cautivadores. [Presiona suavemente la punta de la pequeña daga que sostiene en la mano derecha contra la yema del dedo índice de su mano izquierda.] Pero lo que convierte a mis armas blancas en objetos especiales y no en un simple y didáctico muestrario histórico es que todas ellas tienen en común un hecho trascendente: el haber derramado sangre humana. Tengo armas empleadas, por ejemplo, en el Sitio de Eritrea y la Batalla de las Termópilas de las Guerras Médicas, en las Guerras Púnicas, en las Guerras Tabanas, en la Guerra de Troya, en la Cruzada Cátara, en las Guerra de los Cien Años, en las Guerras Napoleónicas, en la Guerra de Secesión, en la conquista del Imperio Azteca, en las Guerras Ming y en la Guerra del Opio, en las Guerras Indias, en las Guerras del Congo y en la Guerra de Biafra, en la primera y segunda Guerra Mundial, en la Guerra de la Independencia contra el Primer Imperio Francés y en la Guerra Civil Española. Y tiene que saber que todas las armas tienen certificado de haber sido empleadas en la muerte de alguien. Incluso tengo, como joya de la colección, el puñal que utilizó Bruto para matar a Cayo Julio César. [Se recuesta en el sillón tipo Luis XV al tiempo que balancea la daga como si fuera el péndulo de un reloj de carillón.] Pero como muy bien está usted pensando, lo lógico es que mi colección nunca puede estar completa, teniendo en cuenta la profundamente oscura naturaleza humana. Sí, siempre estoy recibiendo alguna nueva pieza con su consiguiente ración de fatídica muerte. Ahora, por ejemplo, me han prometido que pronto me llegarán unas verdaderas joyas, seguramente unas de las más sanguinarias que se pueda imaginar: Se trata de los originales en papel de todos los decretos ley del gobierno y de todas las leyes tramitadas en el parlamento desde el principio de la legislatura. [Pasa un dedo por el filo de la daga.] Sí, bueno, es cierto que las cuestiones formales me plantearon algunas dudas de concepto para englobarlas dentro de la categoría de armas blancas, pero si lo piensa bien, ¿no se ha cortado usted nunca con el filo de un folio? [Una pequeña gota de sangre se desliza por la hoja de la daga.] Además, es lo que ha pasado siempre con las armas, que se van volviendo cada vez más sofisticadas y destructivas.