Como moscas
Leía en días pasados una rotunda afirmación de la escritora Ana Maria Matute en la que afirmaba que la palabra era el invento más maravillo del hombre, y seguramente así lo sea. Con ellas podemos trasmitir todo aquello que vamos percibiendo, describir paisajes, relatar momentos, contar sentires, narrar vivencias, confesar sentimientos, propiciarnos desahogos y alivios al poder compartir malas experiencias y adentrarnos con ellas en los agrestes interiores de cada uno de nosotros, intentando empezar a conocernos desde dentro hacia fuera, desde lo hondo de lo que cada uno esconde o ignora hacia el exterior de la realidad del día a día, siendo imprescindible hilo conductor para marcar a nuestro celebro el camino a seguir, lo que decir o decidir.
A todo le ponemos nombre con las palabras, con ellas hablamos y pensamos, y con ellas nos comunicamos de la manera más rica y completa si van acompañadas por la expresión del cuerpo y sus gestos que pueden corroborarlas o falsearlas en la mayoría de las ocasiones. Algunas voces, en la actualidad, cuestionan la importancia de la palabra en nuestros días y su todavía importantísimo lugar. Vivimos momentos en los cuales la inmediatez del efecto visual, de la imagen rápida, del mensaje corto que mutila las palabras, del pensar poco y recibir mucha información a modo de telegrama es lo que prevalece, lo que más vende, pero lejos de ser una forma de trasmisión completa, esconde tras de sí la más innovadora forma de la manipulación mental y se ha consagrado como un líder sin contrarios que ha sabido adaptarse perfectamente a la rapidez y el desasosiego de estos momentos que nos ha tocado habitar, y no atrae cegadoramente con sus brillos y sus dulces exposiciones, como a las moscas, hacia el objeto u objetivo que se haya propuesto el contenido del mensaje a trasmitir, iniciando así el control de nuestras voluntades, de nuestros bolsillos o de nuestras intenciones para beneficio de aquellos que con alevosía las omiten o tergiversan, las entregan fuera de contexto o envueltas en imágenes que hablan por sí solas, dejando a las palabras como mero objeto del adorno y de acompañamiento.
Ejemplos de este lado negativo del uso de la palabra muchos y muy variados, infinitos. Basta con prestar un poco de atención para caer en la cuenta del embrollo en el cual estamos inmersos, al cual estamos sometidos. Hasta no hace mucho la palabra crisis fue sustituida por otras de sus variantes, como desaceleración, retroceso o desafío hipotecario para desconcierto y aburrimiento de todos; de algunos artistas drogadictos confesos y declarados se dice que tienen problemas con algunas sustancias, o que son aficionados a ellas relajando la catalogación. A nivel local la metodología se copia del mismo modo, y desde nuestro muy ilustre Gabinete de Prensa del ayuntamiento se llama banda oficial de U2 a un grupo de nombre Please que tan solo versiona la música de esta banda; se dice que arrasó a su paso, cual huracán Mitch, cuando en realidad sólo consiguieron una pobre asistencia, muy inferior a la prevista por sus organizadores, pero había que falsear la realidad y nada mejor que el texto para dirigir nuestras miradas hacia donde ellos quieren al tiempo que las alejan de aquellos lugares que no les convienen. Y nosotros, esclavos de la inmediatez arriba descrita y de la costumbre de estos estímulos, caemos una y otra vez en la trampa y somos incapaces de razonar por unos momentos noticias como el anuncio de U2, adaptarlas a nuestra realidad de pueblo y saber que, por mucho que nos quieran hacer ver fuegos de artificio, hasta que estos no sean disparados no existen, no son reales.