Cómo pasa el tiempo…
A poco que aquellos momentos o acontecimientos especiales que hemos vivido, disfrutados o sufrido se alejen de nuestro hoy apenas unos días, en ocasiones escasas semanas o ni tan siquiera eso, una sensación de difusa lejanía es lo único que nos queda al intentar rememorar este pasado inmediato, este pasado de ayer.
Porque una vez abandonados de nuevo a merced de la rutina diaria del trabajo y la familia, de las obligaciones de pagos, de las notas de los niños, de los males pasajeros, de los amores o desamores, en definitiva, de la supervivencia pura y dura, todos estos aconteceres, por muy planificados o queridos que fuesen en su momento, o si por el contrario llegaron a nosotros sin preguntar, quedan flotando en la atmósfera dudosa del tiempo trascurrido sin que la correlación tiempo real transcurrido / tiempo irreal percibido sea algo claro en nuestros recuerdos, pues juega a capricho con nosotros, recreando momentos en los cuales creeremos que fue ayer después de años o contrariamente diremos aquello de ¿tanto tiempo ha pasado? después de algunos días, y yo, aprovechando esta semana de anuario y recuerdos en EPdV, me voy a quedar con lo primero, con el parece que fue ayer, porque es lo que siento después de tres años como colaboradora de este periódico.
Tres años que han pasado como una exhalación, porque es cierto que, según sea la lente desde la cual observamos el transcurso de los días, la sensación de velocidad incontrolada, de humo que escapa, de estar traspasados por este concepto intangible que se nos esfuma de las manos como agua, se agranda o disminuye según los datos que aportemos a su recordatorio. Tres años son 156 semanas, que suponen igual número de artículos. Tres años son 1095 días vividos, durante los cuales mi hija se ha hecho una mujercita filtrándome de nuevo un tiempo imperceptible para mí, pero magníficamente materializado en ella. Tres años hace desde que Carlos, el director de este periódico, me lanzó el guante de la colaboración a modo de reto personal, no escatimando en advertencias sobre la realidad de esta labor de hablador afónico pero en voz alta, avisos que se han ido haciendo realidad uno tras otro a medida que he ido sumando días a esta experiencia.
Ahora sé de la carga que supone llenar todas las semanas este espacio: sea cual sea tu estado de ánimo, tu predisposición a la escritura o tus circunstancias, la cita es ineludible. Ahora sé lo duro que resulta expresar tu opinión abiertamente sin seudónimo y a cara descubierta. Ahora sé lo que es una amenaza de demanda judicial, venida de una Alcaldesa, por expresar libremente y sin ningún otro tipo de condicionantes lo que pienso. Ahora también sé de la lucha contra el blanco del folio y la mente. Pero la lucha ha merecido el esfuerzo y la dedicación, y lo digo hoy, tres años después, totalmente convencida, porque cuando repaso los títulos y contenidos que aquí se han plasmado me doy cuenta de que han sido muchos, de que son muchas caras que he podido reflejar y muchas las denuncias que he podido realizar, siempre desde una opinión única y personal, para clamar fuertemente en contra de la muerte de mujeres asesinadas por hombres, para decir que los mangoneos políticos en nada benefician a los ciudadanos, para mostrar que hay grandes injusticias sociales que intentamos ignorar y para otros muchos asuntos, que han desfilado por aquí y lo van a seguir haciendo si la dirección lo permite. Porque hoy sé que pocas cosas hay comparables con poder sacar de ti aquello que te quema, te gusta o te duele para compartirlo con los demás. Felices fiestas.