Como si nos consideráramos unas cañerías viejas que tienen fugas de tiempo
Cada persona es libre de hacer con su tiempo lo que quiera, por supuesto. [Está plantado, con las manos en los bolsillos del pantalón, a un metro de la ventana, mirándola. En la habitación solamente hay una desnuda silla en el centro.] Pero como siempre he tenido la impresión de que la mayoría de la gente gestiona desastrosamente su propio tiempo, me propuse investigar sobre el tema para hacerme una idea más exacta.
Evidentemente, lo primero que hice fue consultar los datos del Instituto Nacional de Estadística. En la tabla correspondiente a los años 2009 y 2010 (considerados como una unidad, lo que ya me creó dudas razonables sobre el proceso de análisis) aparecen los siguientes ítems generales [recita de memoria y desapasionadamente]: cuidados personales (duración media diaria: 11:32 h), trabajo remunerado (dmd: 7:20 h), estudios (dmd: 5:18 h), hogar y familia (dmd: 3:34), trabajo voluntario y reuniones (dmd: 1:50 h), vida social y diversión (dmd: 1:43 h), deportes y actividades al aire libre (dmd: 1:46 h), aficiones e informática (dmd: 1:52 h), medios de comunicación (dmd: 3:00 h), y finalmente trayectos y tiempo no especificado (dmd: 1:23 h) Estos dos último me dejaron bastante perplejo, ya que el primero vendría a valorar el tiempo que empleamos en pasar de una actividad a otra como un sobrante o pérdida inevitable, algo así como si nos consideráramos unas cañerías viejas que tienen fugas de tiempo, y el segundo todavía me intrigó más, ya que supuse que se refería a actos ilegales e inconfesables, como la explotación de personas o el espionaje para grandes corporaciones o países o el asesinato. Después pensé que este último también podría querer delimitar los momentos de absoluto aburrimiento o paralizante horror metafísico o incluso de arrolladora locura inhumana, pero estas posibilidades, curiosamente, tampoco me tranquilizaron. Otra cosa que me llamó la atención de los datos fue que la suma de los tiempos correspondientes a cada ítem me daba la cifra, completamente absurda y psicodélica, de 37 horas y 18 minutos, lo que vendría a cuestionar el motivo mismo del estudio, ya que el resultado desbordaba los límites y convenciones establecidas y, lo que es peor, el sentido común. Vendría a decir algo así como en cualquier caso y hagan lo que hagan, la cosa no va a cuadrar por ningún lado. Me invadió la tristeza y el desánimo. [Se asoma a la ventana y mira cómo centenares de personas caminan ociosamente de un lado para otro consumiendo su ítem de trayectos.] Me planteé entonces qué criterios se emplearían para distribuir las horas definidas como trabajo en los millones de personas paradas, y si las de los mendigos pidiendo serían consideradas trabajo remunerado o trabajo voluntario o aficiones al aire libre o qué. Y dónde encajaban las interminables horas de los enfermos en los hospitales. Y yendo más lejos y rompiendo el contexto, si tuviéramos que valorar la permanencia de esos refugiados desnutridos en campos eventuales, ¿tendríamos que clasificarla como vida social y diversión o tiempo no especificado? ¿O habría que añadir un nuevo ítem llamado tiempo consumido por adelantado del período posterior a la muerte? [Se aparta de la ventana y se sienta en la solitaria silla.] Y todavía me queda estudiar los miles de subítems posibles. Me temo que tendré que emplear la vida entera, y sospecho que no encontraré el ítem exacto que la contenga.