Compañías veraniegas
Llegamos al ecuador del año y por hache o por be gran parte del personal nos decantamos por rescatar ese material generalmente literario que de alguna forma hemos emplazado para el verano. Sea porque la luz cubre más horas del día, porque tenemos más tiempo libre o porque nuestro ánimo pide fantasía, fantasía traducida en nuevos paisajes, paisajes distintos a los que alcanzamos con la vista o el pensamiento el resto del año, el caso es que los meses de fuego parecen, tal y como todo periódico o revista indican, dados a la lectura.
Y si bien hay quien toma la opción de merendarse el legado de Stieg Larsson como si se tratara de la trilogía de los anillos, también hay quienes aprovechan para acordarse de la insistente promoción de los libros de Ruiz Zafón. Yo, como veraniego-veraniego, no encuentro algún título al que calificar, de modo que no voy a entrar en el juego de las recomendaciones. Si les sirve de algo les diré que ando rondando el poemario de Alejandro Lorente Imágenes falsas, en principio por insistencia de el Soler, quien ya dio acogida a la presentación del libro en el Colosseo. Pero no diré nada acerca del volumen por el momento, nada hasta tenerlo algo digerido. Aunque como curiosidad destacaré que está editado por La Sirena, casa que también publicó Bajo una cama en París, la novela de nuestro vecino Patrick Martineau.
Al compás de esta confrontación con Lorente me dejo caer por un par de legados teatrales: Más allá del espacio vacío, volumen compuesto por breves artículos, anotaciones y reflexiones del consagrado director de escena Peter Brook. Un libro que resulta casi una intromisión en los recuerdos y sentimientos personales de Brook. Lugar donde atisbar el poso de sus encuentros o experiencias con autores como Shakespeare o Samuel Beckett, o con artistas como Gordon Craig o John Guildeau.
También visito por estas fechas el revolucionario ensayo teatral de María Osipovna Knebel, hija de las teorías realistas rusas de principio de siglo, El último Stanislavsky. Un libro difícil de encontrar por la avidez con la que la gente de teatro lo barre el mercado. Interés provocado por el giro que Stanislavsky dio a sus teorías al final de su vida. Últimas reflexiones de un hombre que inspiró entre otras las bases pedagógicas e interpretativas del mítico centro neoyorquino de estudio dramático Actors Studio.
Pero si nos ponemos escrupulosos con lo de la lectura veraniega, entonces tendré que confesarles que sí, que yo también he guardado un título para el verano, se trata de Nocilla dream, de Agustín Fernández Mallo, y aunque todavía no pueda halagarlo o ignorarlo, aunque todavía no pueda decirles más, tengo que reconocer que he pasado un rato agradable hablando de libros con ustedes.