Comunicado del Partido Absolutamente Tradicional Osado Salvador Omnipresente
Todos los miembros que componemos la ejecutiva de nuestro partido, más conocido por PATOSO, estuvimos de acuerdo en que para fundamentar nuestras legítimas reivindicaciones nacionalistas e independentistas (reivindicaciones cuyos fundamentos pensábamos que debían estar claros, pero está visto que hoy en día todo el mundo es muy puñetero y tiquismiquis y necesita de todo tipo de pruebas para saber lo que cualquiera que lleve la sangre de esta tierra sabe solamente con escuchar lo que lleva dentro de su corazón) necesitábamos un estudio claro, esencial e incontestable sobre nuestra historia para zanjar la discusión para siempre frente a nuestros incrédulos y miserables enemigos.
De modo que establecimos una serie de reuniones de trabajo y nos pusimos manos a la obra. En la primera de ellas colocamos sobre la mesa enciclopedias y libros importantes sobre el tema, y, por supuesto, consultamos en primer lugar los estudios realizados por ilustres vecinos de nuestra localidad que habían dedicado mucho tiempo a investigar la cuestión. La satisfacción inundaba nuestras caras repasando aquellos datos sobre canciones populares que glosaban heroicas gestas militares e inspiradoras obras civiles en las centurias anteriores, hasta que empezaron a aparecer datos intranquilizadores. Estábamos preparados para enfrentarnos a la época musulmana, que todos teníamos en mente gracias a nuestras fiestas patronales, pero nos incomodó constatar que nuestra ciudad había sido mucho más tiempo mora que lo que después llevaba de cristiana. Y no acabó ahí la cosa. Resulta que antes también estuvieron aquí un montón de años los visigodos, que para más cachondeo eran germanos, como la Merkel. Todos nos mirábamos con un nerviosismo creciente, pero nadie se atrevió a proponer la suspensión de la reunión. Agachamos nuestras cabezas y seguimos consultando los libros desplegados sobre la mesa, y al poco estábamos que nos tirábamos de los pelos, porque antes de los visigodos vivieron aquí los romanos, y no precisamente cuatro días, sino un porrón de años. Y antes de los visigodos esto no era precisamente el paraíso cristiano que pensábamos, ¡porque por aquí parece ser que paseaban como Pedro por su casa cartagineses o griegos o fenicios o celtas o la madre que los parió a todos! Nos miramos con indignación, pero también con un poco de vergüenza, porque la cosa de las ancestrales raíces se había convertido en un revoltijo asqueroso. Pero no se acababa ahí la orgía de predecesores habitantes de esta tierra, sino que antes de todo eso por aquí no hacían más que campar a sus anchas prehistóricos de todas las clases y colores, hombres primitivos con caras ceñudas que se pasaban el día gruñendo. Miré a mi alrededor y sentí, no sabría explicar por qué, un triste vínculo con aquellos tiempos remotos. De pronto uno de los asistentes se levantó completamente exaltado y exclamó: ¡Se acabó la tontería! ¡Lo de las raíces es algo que se lleva aquí dentro (se golpeó el pecho reiteradamente) y no se puede explicar con palabras, y todo lo demás son ganas de confundir liando la verdad (señaló al techo como si estuviera escrita allí) con la historia!. El resto de los asistentes nos pusimos a aplaudir con desesperación, y uno gritó: ¡Porque otros nacen donde pueden, pero nosotros donde queremos! Los aplausos arreciaron, pero otro levantó el brazo y añadió con cierta confusión: Bueno, yo, lo que se dice nacer, nací en Baracaldo, y vivo aquí porque me casé con mi parienta, ya saben, pero claro, es que yo no pude elegir, si no
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