Abandonad toda esperanza

Con ellas llegó el escándalo

Abandonad toda esperanza, salmo 357º
Muchas películas de Jean-Luc Godard no han envejecido demasiado bien, lo que no es de extrañar si, como La chinoise, rompen con las convenciones narrativas (algo habitual en su filmografía) y, además, están muy ancladas en el momento en que se realizaron (esta, poco antes del Mayo del 68). La que ha envejecido bastante mejor es una de las protagonistas de aquel film: Anne Wiazemsky, actriz, realizadora y escritora que sería recordada hoy como la nieta del Nobel de Literatura François Mauriac si en 1966 no hubiese conocido a Godard para casarse con él al año siguiente. Wiazemsky era por aquel entonces una chica de diecinueve años que se enamoró del hombre a través de su obra: se habían conocido fugazmente un año antes durante el rodaje de un film de Bresson; Godard no le cayó muy bien, pero después de ver Masculino Femenino no dudó en escribirle una declaración de amor que envió a las oficinas de Cahiers du Cinéma. Poco después volvieron a encontrarse y él, que acababa de romper con Anna Karina, le confesó que había estado pensando en ella en repetidas ocasiones. Surgía así una relación tan sincera como tormentosa a la que no ayudó demasiado el rechazo de la familia de ella, reacia a tolerar a aquel hombre diecisiete años mayor y al que, además, siempre rodeaba el escándalo. Así lo relata la propia Anne en Un año ajetreado, un magnífico libro premiado y saludado como una novela aunque, qué duda cabe, sea también unas memorias, y que supone un testimonio delicioso que nos descubre a un Godard muy distinto del anciano altivo y seguro de sí mismo en que se acabó convirtiendo: aquí aparece retratado como un hombre sensible, celoso en extremo y muy dependiente de la joven pelirroja de ojos grandes de la que se enamoró.

Otra que montó un buen escándalo sin pretenderlo fue Frederica Sagor Maas, una estudiante de periodismo que abandonó la carrera para disgusto de su familia con el objetivo de convertirse en guionista de cine... hasta que lo consiguió. Dicho así tampoco parece nada del otro mundo, pero es que esto ocurrió en los años 20 del siglo pasado, cuando las películas todavía no eran sonoras y la Fábrica de los Sueños estaba exclusivamente en manos de hombres. Esto último tampoco es que haya cambiado demasiado, pero podemos suponer que Hollywood será hoy un tanto más permisivo que como lo fue cuando esta descendiente de inmigrantes rusos llegó a las oficinas de la Universal llena de sueños e ideas... Todo ello lo cuenta la propia protagonista, pasado mucho tiempo desde que en la década de los 50 abandonara para siempre el mundo del cine, en La escandalosa señorita Pilgrim, su espléndida y amenísima autobiografía, una especie de Hollywood Babilonia de Kenneth Anger en clave femenina y testimonial que como el libro de Wiazemsky no dudo en recomendarles.

Lamentablemente, de las dieciséis películas que escribió Frederica Sagor no he podido ver ninguna. Por lo tanto, no sé cómo habrán envejecido, pero dudo que incluso las mudas (que son mayoría) lo hayan hecho peor que algunas de Godard. Otra cosa son las mujeres tras las películas: en el momento de escribir estas líneas, Anne Wiazemsky tiene 65 años, la edad a la que la gente se jubila (o se jubilaba, mejor dicho) en este país, pero sigue escribiendo libros tan soberbios como el que nos ocupa. Por su parte, Frederica Sagor Maas ya no puede hacerlo porque falleció el pasado año, pero nos dejó a la muy respetable edad de 111 años. Obviamente, el escándalo no es perjudicial para la salud.

Un año ajetreado y La escandalosa señorita Pilgrim están editados por Anagrama y Seix Barral respectivamente.

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