Estación de Cercanías

Con la venia de su señoría (II)

¿Seguimos? Vamos a ello. No crean que la lucha que les conté la semana pasada viene de ahora, o que es la primera vez que me asalta, todo lo contrario; son muchas las tertulias en las cuales ha salido a colación el tema de la imagen de la justicia en España, las leyes que la sustentan y los muchos días que el mecanismo judicial emplea en dar cumplida resolución a las causas pendientes.
Tertulias detrás de unas “cañitas” los miércoles en el “Colo”, donde nos juntamos las amigas para hacer un recorrido por lo divino y lo humano. He sacado la conversación en desayunos de trabajo, así como en cualquier ocasión que ha venido al caso, para poder recopilar las muchas y muy variadas observaciones que hay. He podido escuchar a gentes de diferentes áreas de la sociedad (profesores, sanitarios, empresarias…), mayores o más jóvenes, personas con diferentes niveles de preparación cultural, que bien de un modo o de otro llegan a las firmes sentencias que ya les conté sin posibilidad de replanteo por estar debidamente argumentadas con ejemplos visibles. Son muchos los casos de mujeres muertas a manos de sus parejas con orden de alejamiento; muchos los ladrones de guante blanco que se pasean por nuestras calles gracias al pago de unas fianzas al alcance de muy pocos; 6 años son demasiados para la resolución de un juicio por muerte en accidente, y muy, muy nocivo y susceptible de ser imitado, el convertir una muerte por atropello en la forma de matar más limpia y menos penada. ¿Necesitan los nombres? Seguramente no.

Por supuesto, para poder conocer las diferentes variables de esta complicada ecuación e intentar mirar a través del cristal técnico, también he lanzado la pregunta al otro lado del cuadrilátero, a la parte entendida en leyes, para que desde esa esquina me coloquen en la posición que concede su saber en esta disciplina. La argumentación es tajante: Las leyes son legales, creadas para dar respuesta a las demandas sociales que se van presentando y por el mismo motivo, y razonablemente, siempre nacen después de la necesidad. Y son concebidas como herramientas de trabajo a disposición de los Magistrados y abogados sobre los cuales recae el difícil papel de su interpretación y aplicación, puntualizando lo complicado de llegar a una conclusión justa por la disparidad entre casos de contenido similar y la disposición de una norma común para todos.

Pero esto no quita para que jueces sin un instrumental actualizado y acorde con las problemáticas más preocupantes de la ciudadanía, y unos juzgados sometidos al lento caminar de la burocracia y a la falta de medios técnicos y persónales necesarios, dilaten juicios durante años propiciando con sus sentencias el encuentro de agresores y agredidos, de ladrones y desvalijados, de asesinos y víctimas (familias) en iguales condiciones de libertad.

Veredictos que siembran uno tras otro el desencanto entre los que nada tenemos que ver, ni estamos en obligación de ello, con la visión y cumplimiento profesional de abogados, fiscales y magistrados, individuos que tan solo contamos con nuestros principios y criterios, pensamientos que después de muchas charlas me han mostrado no ser tan diferentes unos de otros.

Veredictos del “¡No he oído bien!”, “¿Será una broma?” o “Esto no puede ser cierto” que te dejan noqueada la moral y temblando las ideas cuando tomas consciencia de que el estamento sobre el cual se sustenta una de las columnas más importantes de cualquier país –su justicia y la confianza de sus habitantes en ella– ofrece una imagen tan deteriorada, aparece entre las menos valoradas y tiene la sentencia popular de “es una mierda” a flor de piel.

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