Fiestas

Contexto para el 175 aniversario de la Junta de la Virgen

La Junta de la Virgen celebra este año su centésimo septuagésimo quinto aniversario. Nacida un 18 de abril de 1839, como delegación mixta Ayuntamiento-Ciudad y fundada con tres fines básicos, necesarios e importantes. Promover el culto a la Sagrada Imagen, la administración de sus bienes y el cuidado de su Santuario.
Mucho ha llovido desde entonces. Y es que cada mayo trajo sus flores y sus distintas etapas. Unas posiblemente enérgicamente pausadas y otras como no, apáticamente turbulentas. A pesar de ello, siempre han existido personas al frente de la Junta, comprometidas en el proyecto, teniendo más o menos suerte, pero siempre respetando principios y obligaciones. Una Junta que bajo el manto de la Morenica y su devoción, ha demostrado firmeza, fortaleza y coherencia en sus distintas épocas. En la vida, las personas pasan, las instituciones permanecen. Una junta que surgió hace 175 años, merced a acontecimientos políticos y sociales, que aunque salvando ciertas distancias, siguen hoy vigentes. Y es que la historia es muestra cíclica, teniendo la salvedad de que no se aprende de los errores y se sigue tropezando con las mismas piedras.

Los antecedentes
Los Agustinos regentaron el Santuario de Ntra. Sra. María de las Virtudes desde 1524. El 22 de agosto de 1835 se vieron obligados a abandonar su morada por la entrada en vigor una controvertida ley. Aprobada por la regente Mª Cristina de Borbón, fue conocida coloquialmente como la desamortización de Mendizábal. Un “decretazo” cuyo fin era la extinción de algunos Monasterios y conventos. Este mandato se produjo en la época más liberal de la historia de nuestro país. Una ley que ha marcado en algunos aspectos el devenir de la España actual. Pero… ¿Por qué y cómo surge esta ley?

Sus antecedentes se podrían encontrar justamente en todo lo contrario, la autocracia. Recuerdo aquella frase francesa que decía “Tout pour le peuple, rien par le peuple” , “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Un lema del despotismo ilustrado adoptado por Carlos III, un monarca absolutista, que aplicaba ideas filosóficas basadas en la razón. Ahí queda eso. Una forma de gobernar que enriqueció la cultura con un discurso hacia el pueblo benevolente y paternalista.

Pero como siempre y en la mayoría de los casos, no existe el término medio. Así que esa forma de gobernar desencadenó la implantación de políticas basadas en otra forma de ver las cosas, el liberalismo. Basado por tener en consideración la opinión civil, la democracia representativa y la división de poderes. Un procedimiento que establecía el Estado de Derecho con libertades individuales. Todo esto fue ratificado en la primera Constitución Española, ¡la Pepa!, sobrenombre venido por el día de su aprobación, San José de 1812. Una carta magna que anunciaba a bombo y platillo que todos somos iguales ante la ley, sin privilegios ni distinciones. Un sistema ideal siempre que se tenga clara su aplicación y ésta se haga honestamente.

Las desamortizaciones
El estado liberal modificó el estado de la propiedad y puso de “moda” aquello denominado desamortizar, que era expropiar aquellas propiedades entendidas como no explotadas adecuadamente. La clave para ser una nación poderosa era tener una adecuada producción agrícola. Además desamortizar implicaba bajar los poderes “autoritarios”, aumentar los gubernamentales, pero sobre todo era una política enormemente populista. La implantación de las desamortizaciones fue un largo proceso económico y social, iniciado en el siglo XVIII y finalizado en el XX.

Estas leyes ponían en el mercado tierras y bienes pertenecientes a la nobleza y las órdenes religiosas mediante subastas públicas. Estas se confiscaban forzosamente, alimentando a una clase social emergente, la burguesía.

Tras su aprobación, la aplicación de la ley recayó en las comisiones municipales. Su forma de hacer las cosas, en ocasiones, fue inapropiada, ya que no se aplicó una gestión adecuada al crear grandes lotes de terrenos, inasequibles para los pequeños propietarios. Así que los pequeños labradores no pudieron entrar en las grandes pujas. Normalmente las propiedades pequeñas fueron adquiridas por habitantes del pueblo, mientras que las grandes, debido al precio, fueron compradas por personas de alto linaje que vivían en las grandes ciudades. De esa forma se fortaleció el latifundismo.

Hacienda somos todos
La que hizo su agosto fue sin duda la hacienda pública, que se benefició ampliamente del proceso. Se privatizaron bienes entendidos como comunes, lo que privó a mucha gente humilde de aquellos recursos que constituían su existencia más básica; leña, pastos, caza, pesca, cosechas silvestres, etc., lo que produjo un éxodo hacia las ciudades. También se aumentó la superficie cultivada, sobre todo de vid y oliva, a costa de una salvaje deforestación.

En cuanto a otros bienes culturales, cuadros, esculturas y libros, se vendieron a precios muy bajos y muchas de estas obras acabaron fuera del país. Otros bienes culturales perdieron su valor, ya que pasaron a inexpertos propietarios. Muchos inmuebles de interés artístico quedaron en ruina, frente a otros que se aprovecharon transformándose en hospitales, parroquias, museos u otras sedes institucionales.

En 1924, José Calvo Sotelo derogó todas las leyes sobre desamortizaciones. Pasaron las de Carlos IV, José Bonaparte, Mendizábal, Espartero y Madoz, cada una en su época y con su realidad. Se derribaron edificios históricos en las ciudades, dando paso a calles más anchas. Hubo épocas de enorme represión por parte de la Milicia Nacional. Se hundió la calidad de vida rural, en beneficio del auge de las ciudades. Millones de hectáreas de monte acabaron taladas, debiendo ser repobladas años más tarde con un coste muy superior al que se obtuvo por la desamortización.

Nuestra Junta
De todas las desamortizaciones, la promulgada por el ministro Juan Álvarez Mendizábal en 1835 supuso importantes cambios en nuestro Santuario. La ley de extinción de Monasterios y conventos enunciaba claramente que se produciría el desalojo de aquellos inmuebles religiosos que contaran con menos de doce religiosos, y en el Santuario solamente habitaban, entonces, cinco frailes.

El Ayuntamiento, como Patrono del convento, creó una comisión para inventariar los bienes y efectos que allí se encontraban, y tras el “traspaso” de poder con los Agustinos, nombró un capellán para el cuidado del Santuario.

Pasados cuatro años de la expulsión de los Agustinos, y viendo que la gestión del Santuario no se ajustaba a lo que deseaba el consistorio, el 18 de abril de 1839 se nombró una comisión para su gestión. Había nacido la Junta de la Virgen. Años más tarde, en 1873, integró en sus filas a “Los esclavos de María”, una hermandad anterior a la Junta y no dependiente del consistorio, aunque reconocida por este y vinculada fuertemente al Santuario. Pasado el tiempo, tras altibajos y alternativas, la Junta se constituyó como Asociación en 1933. Así es como ha llegado hasta nuestros días. Conocida como Junta de la Virgen, mantiene intactos sus principios iniciales, es decir, promover el culto de Nuestra Patrona, la administración de sus bienes, el cuidado del Santuario y la organización de los actos religiosos, siendo asesorada adecuadamente por el consiliario de la Junta.

Esta es la historia de la Junta de la Virgen 175 años después. Cada año, como ya hicieran nuestros antepasados, celebramos nuestras fiestas patronales en honor a la Virgen de las Virtudes, unas fiestas de Moros y Cristianos lúdicas, históricas y sobre todo, religiosas. Villena quiere, ama y acompaña a su Patrona en todos sus actos. La grandeza de nuestras fiestas es que cada cual, desde su propia legitimidad, las vive a su manera, según edades, tradición familiar, legado, creencias y sentimientos. Pero siempre existe ese rincón del corazón de cada festero y villenense guardado para su Morenica.

Toni López

Bibliografía:

- Historia del Santuario de Ntra. Sra. María de las Virtudes de Máximo García Luján.
- Prólogo del libro de una desconocida pieza teatral del siglo XVII ambientada en Villena: “Comedias del Dr. Rodrigo Gabaldón” de Juan B. Vilar y Alfredo Rojas.
- Fotografías: Joaquim Sánchez Huesca y recursos Web
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