Cosas del Puente
Un año más, en las inmediaciones del puente de octubre, nos levantamos temprano, montamos en el Fiat y nos dirigimos hacia Ayora cruzando los campos de la Mancha. Afortunadamente al llegar allí comprobamos que nada, prácticamente nada, había cambiado y que la Celebración del Corte de la Miel continuaba realizándose con la espontaneidad y la seriedad necesarias para resultar atractiva al tiempo que interesante. Esta era la décima edición y nos resultó curioso no encontrar esa obligación, esos quiero y no puedo, que parece exigir el llegar a una cifra redonda. En lo que nos toca, volvimos a sentirnos como en casa: degustamos, escuchamos alguna charla, degustamos, recorrimos Ayora, degustamos, compramos el kilo de miel de cada año y nos marchamos anotando la cita para el próximo año.
Eso fue el domingo. Dos días antes estábamos sentados en el patio de butacas del Teatro Chapí absortos en el montaje de Sexpeare. Si conocen la compañía no hará falta decir que El título
no es una propuesta escénica convencional. Y subrayo lo de conocer a la compañía porque ésta, al igual que algunas otras en nuestro panorama nacional, resulta una factoría cuyo sello se puede apreciar en todos sus productos. Una cualidad que si bien puede ser negativa, en este caso, tal y como su trayectoria lo atestigua, resulta del todo positiva. De hecho el trabajo que pudimos disfrutar el pasado viernes, pese a su descarada violación de toda poética dramática existente desde la de Aristóteles al Organón de Brecht no deja de ser una investigación que nace de la escena en beneficio de la propia escena. Y como toda experimentación cuenta con intentos fallidos tanto como con maravillosos aciertos. Pero no se lleven a engaño, porque lo más gratificante de Sexpeare es que al contrario que otros laboratorios cuyos resultados sólo interesan al público más iniciado, experto, intelectual, en su caso el resultado divierte y/o entretiene a todo el auditorio. Es significativo el acierto de la compañía para llevar a escena tramas, personajes, situaciones y escenarios que nadie se atrevería a sacar de un libro o de un teatrito de títeres. Crear mundos imposibles, con personajes y objetos imposibles, que lejos de buscar la amabilidad del patio de butacas se presentan con un cinismo y un sarcasmo que roza su sensibilidad, roza el escándalo. Sexpeare se maneja con facilidad en un terreno donde nadie se atrevería a asomarse. Lo hace con soltura, con practicidad y con la complicidad de un público que debe aceptar cómo se apuran hasta el exceso las convenciones teatrales.
El título
es una propuesta donde dejarse llevar, que transita a través de un psicoanálisis cruel y un existencialismo tan absurdo como permiten en estos tiempos nuestras vidas. Un juego que en manos de Santiago Molero y Rulo Pardo espejea y muerde, los hace dueños de la escena bailando frente al espectador unas interpretaciones que llevan del personaje al cómico y, pasando por el actor, viceversa.