Cosecha del 77
Abandonad toda esperanza, salmo 520º
1977 fue un gran año. Que entonces naciera mi mujer ya sería por sí sola razón suficiente para considerarlo así, pero es que además en los cines de Norteamérica coincidían viejos maestros como Fred Zinnemann (Julia) o Richard Brooks (Buscando a Mr. Goodbar) con nuevas promesas como Steven Spielberg (Encuentros en la tercera fase) o Ridley Scott (Los duelistas); mientras tanto, Woody Allen estrenaba su primera película seria (Annie Hall) y Martin Scorsese su primer musical (New York, New York). También se proyectaban el primer largo de David Lynch (Cabeza borradora) y el último de don Luis Buñuel (Ese oscuro objeto del deseo), al mismo tiempo que llegaban a la cartelera una de mis películas favoritas (Opening Night de John Cassavetes) y una de las favoritas de casi todo el mundo (Star Wars de George Lucas). Por su parte, los aficionados al baile podían escoger entre el ballet clásico de Paso decisivo y la música disco de Fiebre del sábado noche. Mientras, a este lado del Atlántico, también estrenaban Dario Argento (Suspiria), Werner Herzog (Stroszek), Ettore Scola (Una jornada particular) y François Truffaut (El amante del amor); y en España lo hacían Jaime Chávarri (A un dios desconocido), José Luis Garci (Asignatura pendiente) y Manuel Gutiérrez Aragón (Camada negra).
No fue un mal año, no. Al menos para el cine, porque en Argentina la dictadura vivía su momento más duro, tanto como para que Guillermo Saccomanno titulara precisamente 77 a una de sus novelas negras más elogiadas. Pero esa es otra historia y de ella les hablaré otro día; hoy me siento positivo (será porque han terminado las clases) y prefiero hacerlo de dos espléndidas películas que coinciden en la cartelera y que, pese a parecerse entre ellas poco o nada a primera vista, ambientan las dos sus respectivos relatos precisamente en ese año.
Cuando se anunció el rodaje de Dos buenos tipos no pude evitar acordarme de Mike Kennedy cantando ese gran éxito de Los Bravos que es "Black Is Black"; y es que el guionista Shane Black ha demostrado una querencia particular por el género negro desde que debutara en la dirección con la estupenda (y lamentablemente muy poco vista) Kiss Kiss Bang Bang. Pero la variante del thriller policíaco que a Black le pierde de verdad son las buddy movies o "pelis de colegas": escribió el mayor éxito de esta temática, Arma letal, y reincidió con bastante fortuna en El último boy scout; de hecho, hasta sus libretos de (super)héroe con niño, El último gran héroe o un buen tramo de Iron Man 3, tienen mucho de colegueo. Ahora, con Dos buenos tipos, Black destila lo mejor del género y ofrece a Russell Crowe y Ryan Gosling sendos papeles bombón en un relato detectivesco que, pese a los toques de comedia desenfadada y hasta de humor slapstick, resulta exigente para con el espectador a la manera de los clásicos de la literatura hard boiled. La trama, vertiginosa e imparable, se recrea a partir de una portentosa recreación de la época en temas tan en boga a finales de los setenta como las reivindicaciones sociales (con la incipiente preocupación por el medio ambiente) y la industria del cine porno (que entonces vivía una etapa de esplendor creativo y comercial); así como en otros menos coyunturales como la corrupción política, a la que, para qué vamos a negarlo, le pasa lo mismo que al negro (el color): que nunca pasa de moda porque combina con todo.
Si Dos buenos tipos transcurre en 1977 porque a su guionista y director le da la real gana, a Expediente Warren: El Caso Enfield no le queda más remedio dado que está basada en hechos reales. Por supuesto, para los incrédulos (entre los que me cuento) el verismo de estos hechos reales es solo cierto en una pequeña parte, y es fácil deducir que lo que en el film (y en el imaginario colectivo de quienes se creen semejantes patrañas) es un relato de fantasmas y posesiones demoníacas en la vida real fue o bien un episodio de histeria colectiva o bien un fraude como la copa de un pino. Al margen de esta cuestión, la secuela de la exitosa Expediente Warren que vuelve a dirigir James Wan es un festival para los amantes del cine de terror por diversas razones: para empezar, además de ser -tal y como obligan a toda secuela las convenciones del cine comercial- más ambiciosa, larga y espectacular que la anterior sin dejar de ser igualmente efectiva, técnicamente resulta impecable, destacando el buen hacer de Wan en la dirección (magnífico el uso que hace la profundidad de campo y de los espacios sumidos en la más absoluta oscuridad) y del director de fotografía Don Burgess en su recreación de un Enfield nublado y lluvioso en contraposición con la brillante Harrisville iluminada por John R. Leonetti en la primera entrega. Por su parte, Patrick Wilson y Vera Farmiga vuelven a encarnar con soltura y credibilidad a Ed y Lorraine Warren, dos personajes que ya forman parte de la historia del cine de terror. Y, finalmente, consigue su principal objetivo: que el patio de butacas se mantenga en tensión durante las dos horas y cuarto que dura (que no es poco mérito). Podría seguir citando otros aspectos de interés, pero son tantas las sugerencias del film que aquello que parece haber molestado a parte de la crítica -el discurso conservador a favor de la institución familiar y de la Iglesia católica, supuestas concesiones comerciales que ya estaban en la primera cinta- se me antoja no ya un apunte nada molesto, sino un elemento necesario para contrastar las distintas opiniones del público respecto de lo que piensan y opinan los distintos personajes del relato y para que se genere un sano debate, ideológico y teológico, al salir del cine.
Dicho todo esto cabe preguntarse: ¿tienen algo más en común estos dos estrenos más allá de contar historias que transcurren en 1977? Pues se me ocurren al menos tres cosas... Coincidencia primera, que ambas cuentan con dos niñas adolescentes que darán mucho que hablar: Angourie Rice, la hija del personaje de Ryan Gosling en Dos buenos tipos, es a sus quince años una robaescenas nata que podría suceder a Nicole Kidman y a Naomi Watts como la nueva ambición rubia venida de Australia; por su parte, Madison Wolfe -que pese a tener un año menos que la anterior cuenta ya con una amplia filmografía donde destacan Joy, Trumbo o la serie True Detective- demuestra con su difícil rol de niña poseída en el segundo Expediente Warren que podría ser la nueva Natalie Portman (de hecho, en algunos planos nos puede recordar a esta en trabajos tempranos como Leon o Beautiful Girls). Coincidencia número dos: la nueva aventura de los Warren es, como la previa, una defensa soterrada del sacramento del matrimonio y una emotiva historia de amor; y Dos buenos tipos es también, como cualquier buddy movie que se precie y mal que les pese a los defensores a ultranza de la hombría a la vieja usanza incapaces de ver más allá de sus narices en algunos westerns de Peckinpah o Leone, otra love story... aunque los personajes de Crowe y Gosling no se pudieran casar ni tuviesen ganas de hacerlo. Y coincidencia número tres, y la más obvia: ambas demuestran que con talento tras la cámara, un guion trabajado y con matices y un buen plantel de intérpretes se puede hacer cine comercial de calidad de cara a la casi siempre maltrecha cartelera estival. En resumidas cuentas: no se pierdan ninguna de las dos. Por mi parte, en cuanto salgan en digital, las compraré para repetir y poder verlas con mi mujer; ya saben, la de cosecha del 77. Lo que yo les decía: un gran año.
Dos buenos tipos y Expediente Warren: El Caso Enfield se proyectan en cines de toda España.