Opinión

Cualquier tiempo pasado fue anterior

Le he tomado en préstamo a la periodista Nieves Concostrina el título de esta colaboración, porque comparto con ella que no hay mayor obviedad que la del paso del tiempo, como nos viene demostrando, desde hace más de una década, en sus programas de radio.
Como en todos los aspectos de la vida, el paso del tiempo también deja su huella en las Fiestas de Moros y Cristianos. No obstante, me gustaría dejar claro que no me considero un festerólogo, que entre mis lecturas no están los libros y los artículos de fiestas y que, salvo en contadas ocasiones, de las publicaciones festeras suelo pasar bastante.

Tampoco es que me considere un festero al cien por cien. Para mí las fiestas, como las vacaciones, son necesarias, que no imprescindibles, para seguir aguantando la vida. Soy festero desde que tengo memoria, me gustan y las vivo con mucha intensidad, porque entre otras cosas, para eso se celebran. Aunque siempre me ha interesado mucho cómo afectan y qué huella dejan en la vida cotidiana de la ciudad. Lo que aquí escribo tiene que ver, lejos de cualquier metodología científica, con mis observaciones y con mi experiencia, festera y no festera, a lo largo de los años.

En mi opinión, las Fiestas de Moros y Cristianos se comportan de una manera transversal, en lo que tiene que ver con su afección a las diferentes capas de la población, participen o no participen de las mismas. Quienes desfilan o ven los desfiles, lo hacen porque se celebran las fiestas, y quienes hacen un viaje, se toman vacaciones o salen huyendo, lo hacen porque son fiestas. Algunos y algunas trabajan más porque son fiestas y otra parte de la población descansa y las disfruta por igual motivo. Por tanto, las Fiestas de Moros y Cristianos posicionan y afectan a la práctica totalidad de la población.

La transversalidad presenta muy poca relevancia frente a la diversidad de matices que presenta el eje horizontal. En mi opinión, el aspecto más interesante de la celebración de estas fiestas está en su horizontalidad: la manera en que cada uno las afronta y las vive. El horizonte de las fiestas mayores de nuestra ciudad tiene que ver con los valores, las creencias e incluso la ideología de cada una de las personas que participan en las mismas.

Carácter religioso
Aunque todavía se mantenga la creencia, o se anuncie incluso en el cartel, las Fiestas hace tiempo que perdieron, si es que alguna vez lo tuvieron, un carácter exclusivamente religioso. Nacieron para honrar a un determinado símbolo religioso, pero el paso del tiempo, su propio carácter de fiestas mayores, el hecho de que su celebración fuera alcanzando cada año a más personas, ha conducido, inevitablemente, a una pérdida del peso específico del objeto por el que se crearon. Este horizonte exclusivo de carácter religioso ha ido desdibujándose con el paso del tiempo para compartir espacio, a veces con fricciones, con la incorporación de otros puntos de vista que han ido ensanchado el horizonte, a la vez que la participación en las Fiestas era mayor. Hoy día nadie puede afirmar con rotundidad la exclusividad del carácter católico de las Fiestas de Septiembre. Sería absurdo pensar que la totalidad de los miles de festeros y festeras que en ellas participan lo hacen porque se celebran en honor a un determinado icono religioso.

Precisamente una de las contradicciones más singulares de nuestras fiestas, y que a mí me resulta más chocante, es la devoción que dicen tener muchos festeros por La Morenica, a la vez que se identifican como no creyentes. Una prueba palpable de esta contradicción es, sin lugar a dudas, el debate repetitivo de uno y otro año acerca de la festividad del 8 de septiembre, el día de la patrona. Como es sabido, esta decisión depende única y exclusivamente de la mayoría ideológica que en cada momento se manifieste en el Pleno Municipal. Si la mayoría es conservadora, la decisión se decantará a favor de que el día 8 se declare festivo local, dejando de lado el hecho de que una decisión así resta un día de descanso tanto a los católicos como a quienes no lo son. Pero si el poder municipal se decanta por una mayoría progresista, la decisión sobre la festividad del 8 de septiembre se inclinará procurando un día más de asueto para la ciudadanía, sea cual sea su creencia religiosa. Aunque no debemos obviar que detrás de todo este debate, la verdad oculta tiene que ver más con lo económico que con lo festivo y lo religioso.

Apertura de horizontes
Por otro lado, la constante incorporación de actos de carácter festero a lo largo de los años, sin que hayan disminuido los actos religiosos, amplía el horizonte de las Fiestas. A la vez que el programa de actos se hace mayor, la posibilidad de que participen personas de otras creencias u otros valores es más amplia. Resulta evidente, y que me perdone quien pueda sentirse molesto, que La Morenica ya no es la patrona de todos los villeneros y villeneras. Pero el hecho de que ya no lo sea, no supone una limitación para estos a la hora de participar en las Fiestas de Moros y Cristianos, más bien lo contrario.

A quienes se identifican con la religión católica y defienden todavía el carácter exclusivamente católico de las fiestas, puede parecerles una contradicción. Pero el paso del tiempo es implacable (de ahí el título del artículo), la historia es un rodillo que lamina el presente sin contemplación y lo que hoy llamamos tradición, mañana puede quedar, por el cambio de usos y costumbres, en simple recuerdo.

Uno de los aspectos más relevantes de la apertura de horizonte de las Fiestas de Septiembre fue, sin duda alguna, la incorporación de las mujeres con plenos derechos a las fiestas de su pueblo. Hoy día no se entienden las Fiestas sin la participación de la mujer. Sin embargo, hace apenas tres décadas que la realidad hizo pedazos una de las "tradiciones" que parecían inamovibles. Si a alguno de los padres fundadores de las Fiestas les fuera permitido mirar por la cerradura del tiempo, es seguro que no se reconocería en las fiestas de hoy. Como nosotros tampoco nos reconocemos en los daguerrotipos de aquellos primeros años, ni en las primeras fotografías en color de barbas postizas, puros habanos y gafas de pasta.

Adaptarse o morir
Las fiestas se adaptan, de otra manera habrían desaparecido, a los usos y los gustos de las gentes que las hacen. Han cambiado las composiciones musicales, adaptándose a una manera diferente de desfilar, una mayor participación de festeros impone un cambio en el diseño de los desfiles, que va pasando de la escuadra al bloque, para lo que se demandan composiciones musicales que puedan ser escuchadas por un gran número de festeros que desfilan a la vez. Serían muchos los aspectos en los que detenerse a observar cómo la ampliación del horizonte festero va produciendo cambios estructurales en la celebración de las fiestas, desde la gastronomía a los materiales que se emplean en la confección de trajes y abalorios, la proliferación de locales y peñas privadas y su repercusión en la hostelería y en el día a día de las fiestas, etc.

El tiempo de duración y de dedicación de las personas al disfrute de las fiestas también ha evolucionado conforme se han ido incorporando más personas a las mismas. Partimos en el origen con un escueto calendario en el que se trabajaba hasta el día 5 al mediodía y se volvía al trabajo el día 9 tras la despedida de La Virgen. Hoy día podemos hablar de unos diez días de celebraciones entre programa oficial y actos menores y paralelos (entradicas, día de los cabos, etc).

A pesar de su masificación, a pesar de la "dictadura" de su transversalidad, creo que, afortunadamente, esa ampliación de horizontes aceptando la realidad y adaptándose a la misma, dan como resultado unas fiestas participativas y mucho más abiertas que las de otras poblaciones. No me considero un defensor a ultranza de nuestras fiestas, de hecho confieso que hay actos de otras poblaciones que me gustan más que los de aquí. Me reconozco en las calles y en las músicas, cuando me quedo las disfruto y cuando no me he quedado, por necesidad o por decisión propia, no las he echado de menos, probablemente no seré tan festero, pensarán algunos. Tampoco me reconozco entre los que las detestan con aquello de "qué sería de Villena si el tiempo que se emplea en fiestas se empleara en otra cosa más beneficiosa", sinceramente creo que todo sería peor si no hubieran fiestas, de Moros, Hogueras, San Fermines o Ferias, por eso se celebran desde nuestros ancestros, para hacernos la existencia más llevadera.

Gestión profesionalizada
No tengo ni idea de cómo serán las Fiestas de Moros y Crsitianos de Villena dentro de cincuenta años, lo que es seguro es que seguirán ampliando su horizonte y que cambiarán conforme los usos, los gustos y las costumbres de las personas vayan cambiando.

Me atrevo a predecir, por los indicios que ya se manifiestan, que vamos abocados hacia una organización más profesionalizada en lo que tiene que ver con la gestión económica, una menor participación de las directivas en las tareas de limpieza y mantenimiento de las sedes festeras hasta la contratación de servicios externos, lo mismo que, en mi opinión, acabará ocurriendo con la vigilancia y el control de los desfiles grandes, cuyas tareas acabarán siendo encomendadas a entidades no festeras.

Se intuye desde hace décadas, y se manifiesta cada vez con mayor evidencia, la existencia de varios tipos de participación las Fiestas de Moros y Cristianos: los festeros al uso que participan en la mayoría de desfiles y hacen uso de todos los servicios que les ofrece la comparsa; los festeros que únicamente participan de los desfiles grandes y apenas hacen uso de los servicios que le ofrece la comparsa aunque los pagan en su cuota; y por último una mayoría creciente, que se aprecia también en otras poblaciones, de personas que se visten de festero aunque no pertenezcan a ninguna comparsa, por tanto no desfilan, y suelen pertenecer a peñas y locales privados. Por tanto, al contrario de lo que algunos defienden, a mi juicio no es que la Fiesta pierda con esta mayor amplitud de horizonte, justo lo contrario: se enriquece. Cabe pensar que para celebrar las fiestas, para vivirlas, no es necesario, o no debería serlo, hacerlo conforme a lo establecido. Una cosa es participar en los desfiles y en el resto de actos que requieren de la aceptación de un determinado sistema organizativo, y otra bien diferente vivirlas y disfrutarlas como bien le plazca a cada uno.

Lo deseable sería, como en la vida misma, que sin perder la perspectiva el horizonte se ampliara hacia la pluralidad y la multiculturalidad de las que se componen la sociedad contemporánea. De no ser así dejarían de ser las fiestas de todo un pueblo y perderían su transversalidad.

Porque como dice el príncipe D. Fabrizio Salina en El Gatopardo, “es necesario que todo cambie para que nada cambie”.

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