Abandonad toda esperanza

Cuentos chinos

Abandonad toda esperanza, salmo 279º
Pero chinos chinos, como el disco de Enrique y Ana. Yo tendría que haberles hablado hoy de Hanna, la peli esta de una adolescente entrenada para matar por su padre, espía retirado, y perseguida por una agente de la CIA que no se despeina a la primera de cambio; o de Blitz, que pese a poder pasar por la enésima secuela de Transporter gracias al Jason Statham del cartel me despertaba cierto interés por ser una adaptación de una novela policíaca del gran Ken Bruen. Pero no: hete aquí que a mitad de semana, sin esperar al viernes, llega la tercera película de los Transformers, y en su afán por destrozarlo todo destrozan también la cartelera de mi cine de confianza.

Vamos, que me dejaron compuesto y sin peli. Con premeditación y alevosía. Así que tocaba elegir otra cosa, porque tragarme más de dos horas y media de robots después de lo que sufrí con las otras dos horas y media de la segunda parte no me parecía una opción viable... Y además en esta nueva sale John Malkovich: demasiado para el cuerpo. Acabé decidiéndome por Un cuento chino, dado que Ricardo Darín me parece uno de los más grandes actores del cine contemporáneo, de esos argentinos -con Federico Luppi a la cabeza- de los que un buen amigo mío dice que para hacer una gran película con ellos basta con sentarlos en una silla para que digan algo y plantarles la cámara delante. Pues resulta que esto no es del todo cierto: como me temía, el director Sebastián Borensztein nos ofrece su versión de otro cuento, el Cuento de Navidad, pero porteño y sin navidad, para que la cinefilia de medio mundo cite el sacrosanto nombre de Frank Capra abogando por la comprensión y la tolerancia hacia nuestros semejantes (aunque sean chinos); por su parte, Darín nos regala el consabido recital interpretativo dando vida a un Mr. Scrooge que colecciona recortes de prensa con noticias absurdas, y que acaba encontrando la horma de su zapato en el protagonista de una de esas historias -de las cuales varias se visualizan e integran en el relato central, algo muy típico de la tradición cuentística argentina-: un chino cuya novia fue aplastada por una vaca que cayó del cielo. Dicho esto, se preguntarán: ¿entonces no vale la pena ver la película? Claro que sí, ¿no les he dicho ya que sale Darín?

En fin, que me quedé sin ver las que yo quería ver. Pero lo peor de todo es que para ver Un cuento chino había que buscarla bien en uno de esos cines del centro al que solo van los jubilados, los que viven enfrente y yo; un cine de esos donde no te ofrecen la mejor imagen y el mejor sonido posibles, pero que a cambio te permiten disfrutar de la sesión sin soportar a hordas de adolescentes (y no tan adolescentes) cargados de palomitas, hamburguesas, croquetas de pollo con salsas diversas y que actualizan el perfil de Twitter cada cinco minutos desde su móvil de última generación. Pero la de los robots de Michael Bay podría haberla visto donde siempre, en tropecientos pases diarios, y pudiendo elegir entre 2D y 3D. Yo diría, durando lo que dura, que también en 4D, siendo el tiempo la cuarta dimensión. En fin: luego nos dirán que es el gusto del público el que determina la política de estrenos en los multicines y no al revés. Ese es el peor cuento chino de todos.

Un cuento chino se proyecta en cines de toda España.

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